Cambio y movilización social en Marruecos. Mohamed VI frente a la disidencia

por Marcos R. Pérez González, 16 de septiembre de 2005

Afirmar que una sociedad está en continuo cambio puede parecer algo obvio. Pese a ello, delimitar el cambio entre dos opciones, la evolución o el simple crecimiento de un sistema social y de ideas, permite apreciar alguna connotación que serviría para diferenciar las mutaciones producidas en su seno, no siempre perceptibles, en especial cuando la población de un determinado Estado se estructura  en torno a una serie de formas culturales excesivamente apegadas a ciertas tradiciones y costumbres o bien porque lo impida un determinado régimen político. Este fenómeno es constatable en gran parte del mundo islámico, donde para visualizar el proceso de modernización y cambio de sus sociedades hay que acudir a una serie de indicadores que den cuenta de las transformaciones que se están produciendo, indicadores algo alejados a los utilizados en Occidente para propósitos semejantes. Marruecos no es ninguna excepción dentro del mundo islámico pues sus problemas son parecidos y compartidos en distinto grado a los existentes en otros Estados de confesión islámica. En este sentido, el grado de contestación y movilización social, los espacios para la disidencia, la participación política no convencional y el asociacionismo pueden servir para calibrar hasta que punto se está produciendo un cambio social en Marruecos, imprescindible para permitir un cambio político, en especial frente al Majzén, excesivamente hermético. La forma en que este último está reaccionando puede ser un punto de partida interesante para vislumbrar la voluntad real de cambio político de Mohamed VI.
 
Cambio y movilización social en Marruecos
 
En el momento de acceso al trono, además de demócrata, Mohamed VI intentó aparecer ante la opinión pública nacional y extranjera como un monarca comprometido con el cambio y la modernización social de su país, Marruecos. Pasados cinco años, el balance o la materialización de tal compromiso deja bastante que desear en algunos ámbitos como la libertad de prensa, los derechos humanos o la represión de la contestación social. La sociedad marroquí había alcanzado, en las postrimerías del reinado de Hassan II, un grado de movilización no bien percibido desde el Majzén. De hecho, desde el año 1999 se sucederán las manifestaciones más populosas conocidas hasta ese momento en el reino alauita, en asuntos considerados trascendentes por la sociedad marroquí como eran el apoyo sin contemplaciones a la causa palestina, defensa de los derechos de la mujer o la reislamización de la sociedad. Esta variedad reivindicativa no hacía sino mostrar la complejidad ideológica de la ciudadanía marroquí, signo palpable de la evolución que estaba sufriendo.
 
En este sentido, se pueden vislumbrar dos vías que habrían canalizado las necesidades de cambio en la sociedad del país norteafricano, una, próxima a las ideas occidentales de desarrollo, democracia e igualdad de sexos y otra, algo más tradicional y retrógrada, encaminada hacia una reislamización del país y su ciudadanía. Esta segunda ha adquirido un protagonismo esencial a través de su estructuración política, asociativa e institucional. Los datos de las últimas elecciones y las peripecias a las que tuvo que recurrir el Majzén para controlarlas muestran una mayoría en el voto islamista lo cual da una idea de la fortaleza de esa ideología en el seno de la sociedad marroquí.
 
Pese a ello, el primer enfrentamiento entre las dos corrientes ideológicas aludidas se producirá en el año 1999, cuando se presenta por parte del Gobierno presidido por el socialista Abdehrraman Yussufi el “Plan de acción nacional para la integración de la mujer en el desarrollo”  que preveía entre otras cosas una reforma del código civil con el fin de lograr una equiparación de derechos entre ambos sexos. La creación de la Comisión de estudio del proyecto de reforma partirá de una secretaría de Estado y no del Rey, motivo que suscitará la irritación de los Ulemas, guardianes de la ortodoxia religiosa y la ley islámica. La consecuencia inmediata será la celebración de dos grandes manifestaciones, una a favor de la reforma y otra en contra. Ambas se desarrollarán sin incidentes pero con la salvedad de que la manifestación islamista dobló en número de asistentes a la promovida por las fuerzas modernizadoras del país. Este incidente supuso la paralización inmediata del proyecto, supresión de la Comisión de estudio y creación de una nueva en el año 2002. A pesar de ello, la reforma se realizará en el año 2003, el anuncio lo hará Mohamed VI, por sorpresa y en el se aprobaba el nuevo código de la familia con algunos cambios a favor de la mujer. De este modo había quedado escenificada la ruptura y fragmentación de la sociedad marroquí entre reformistas e islamistas, la incapacidad de las instituciones democráticas para ejercer sus funciones, la gran capacidad de movilización y presión del islamismo y por último el papel moderador y mediador del monarca, apareciendo de nuevo como modelador del cambio social en Marruecos. En cuanto a la reforma en sí, esta fue bastante limitada, adoleciendo de un problema complementario como es la necesidad de resocializar  a la ciudadanía marroquí así como ciertas instituciones, encargadas de la correcta aplicación de la nueva normativa, no siempre bien entendida.
 
Las contradicciones en las que incurrirá Mohamed VI no se refieren únicamente a aspectos tan sensibles como las reformas legislativas encaminadas hacia la promoción de una mayor igualdad en el plano legal, entre hombres y mujeres. Así, en el marco del respeto a la pluralidad cultural marroquí y enmarcado en el nuevo sustrato que según el monarca, definía la nueva “identidad nacional” de Marruecos, a la sazón bereber, árabe, subsahariana, africana y andalusí, tal y como expuso en el discurso del trono del año 2002, Mohamed VI se comprometió a dotar a la lengua bereber de un nuevo estatuto que la equiparara en cierto modo al árabe, promocionándola a través de la creación del “Instituto Real para la cultura Amazigh”, fomentando la integración de la lengua bereber en el sistema de enseñanza y proponiendo políticas para fortalecer el papel de la lengua bereber en los medios de comunicación del país. Pese a ello, los logros conseguidos son escasos y han estado condicionados fuertemente por la presentación del nuevo proyecto de Ley de partidos en el año 2003 que supone la prohibición entre otros de los partidos políticos de base regional, lingüística o étnica, en lo que no deja de ser una nueva contradicción del Palacio. No obstante, el asociacionismo cultural bereber sigue siendo bastante amplio en la sociedad marroquí dentro del amplio espectro formado por una variedad acusada de grupos asociativos que podrían identificarse en el país, siendo las asociaciones de defensa de los derechos fundamentales, las de apoyo a la modernización económica y el desarrollo local y por último las de beneficiencia y religiosas las más expandidas.
 
Desde un punto de vista político, el discurso del Majzén hacia la sociedad civil marroquí, parecería excesivamente benévolo sino fuera por el hecho de que la tolerancia mostrada hacia el asociacionismo podría constituir una táctica legitimadora del Palacio frente a la opinión pública, maquillando el déficit democrático de las instituciones de gobierno y administración a través del dinamismo de la sociedad civil.
 
Precisamente, el dinamismo de la población marroquí a través de las protestas y manifestaciones realizadas provocarán una serie de reacciones contradictorias en el Majzén, pues serán toleradas tan sólo aquellas que supongan un velado apoyo al régimen existente o bien siempre y cuando puedan servir al mismo para legitimarse ante la sociedad o para conseguir algún rédito político en el ámbito internacional. Así, las manifestaciones a favor del pueblo palestino serán toleradas como lo fueron las recientes protestas contra la guerra de Iraq, en la medida en que suponen un velado apoyo a la posición marroquí en el conflicto y permiten al Palacio obtener el beneplácito de la sociedad hacia las decisiones adoptadas. Otro tipo serán fomentadas como por ejemplo las relativas a la lucha contra el terrorismo, en especial tras los atentados de Casablanca o Madrid y finalmente otras serán respetadas en la medida en que la alta participación en las mismas de colectivos ciudadanos concretos, como puede ser el islamista, hacen contraproducente una prohibición que pueda generar un conflicto de incalculables consecuencias. Cuando no se dan estas circunstancias, el grado de tolerancia frente a la contestación social disminuye, llegando incluso a desencadenarse algún tipo de represión como sucedió contra las manifestaciones realizadas por un sector de los trabajadores de la pesca, licenciados en paro, defensores de la identidad bereber o bien algunos colectivos de artistas, médicos y farmacéuticos contra el acuerdo de libre comercio firmado entre Marruecos y Estados Unidos.
 
Por último, un aspecto también inquietante del cambio social producido en Marruecos es el constituido por la percepción del aumento de una cierta hostilidad hacia occidente, fruto, bien de las actuales circunstancias internacionales, en particular la guerra de Iraq, el conflicto palestino o el auge del terrorismo islamista o debido a la reislamización de la propia sociedad marroquí junto al ascenso de la corriente islamista en el país. En este sentido, el último estudio realizado por el Pew Research Center sobre las actitudes de la sociedad marroquí ofrecen unos datos muy alejados de la imagen de tolerancia y estabilidad que ha ido forjando el Majzén a lo largo de estos años. Así, con relación a la percepción favorable o desfavorable  sobre las comunidades judías y cristianas en el mundo, un abrumador 92% mostró una opinión desfavorable hacia los judíos y un 73% hacia los cristianos. El último estudio del Pew habría bajado la opinión desfavorable hacia los judíos hasta un 88%. Los datos mostrarían una opinión muy negativa sobre estas dos religiones monoteístas signo evidente de una intolerancia religiosa que no hace sino acrecentarse, en parte favorecida por las instituciones políticas y educativas marroquíes, a través de la legislación, la Constitución, educación, sacralización de la monarquía, gestión de la vida religiosa y tolerancia cuando no complacencia frente a las corrientes islamistas, en particular el wahabismo saudita. A estos datos demoledores habría que adjuntar otros no menos importantes como por ejemplo la justificación del terrorismo palestino por un 74% de la población o la valoración positiva de Osama Bin Laden por un 45% de la ciudadanía en el año 2003 y por un 26% en la actualidad. Pese a la cautela con la que debe analizarse cualquier encuesta, la realidad trasluce una situación inobjetable como es la radicalización y el sentimiento de rencor hacia occidente así como la elevación a categoría de símbolos de terroristas islamistas como Bin Laden, situación alimentada probablemente por los recientes acontecimientos internacionales pero no por ello justificada, siendo el islamismo el caldo de cultivo para el surgimiento de este tipo de reacciones, reflejando también la notoriedad que pueden alcanzar este tipo de símbolos en la sociedad marroquí en momentos determinados.
 
Finalmente, con relación al tipo de democracia occidental, un 64% de los encuestados se mostró favorable a este tipo de sistema político, considerando que era perfectamente aplicable a Marruecos. Otro estudio elaborado por el Worl value survey mostró como un 95% de los encuestados era favorable hacia un régimen democrático en general aunque el 50% pensaban que este podría ser una fuente de problemas para el país. A su vez y demostrando que la religión sigue siendo un valor al alza en Marruecos, el 71% de los encuestados en el año 2003 estimaban que un buen dirigente gubernamental debía ser necesariamente religioso, porcentaje que habría subido según el Pew a un 75% en la actualidad. La relación entre la religión y el poder político en Marruecos sigue siendo por tanto muy profunda, sirviendo en parte para explicar la aceptación popular hacia la sacralización de la figura del Rey. En cualquier caso, parece evidente a tenor de los datos de los dos estudios, que una reforma política orientada en dirección a una mayor democratización de las instituciones políticas es deseada por la mayoría de los marroquíes, pero eso sí, una democracia fundamentada en el respeto a determinados principios religiosos y costumbres, algo alejada del concepto de democracia occidental. Por otro lado, el resto de resultados obtenidos muestra una sociedad estrechamente unida con el mundo arabo-islámico, bien sea por simple solidaridad cultural, religiosa o política, en especial la oposición manifestada hacia occidente. Lo relevante será la influencia que tal percepción y sentir social puede estar causando sobre el Majzén, en la medida en que deberá sopesar calculadamente sus acercamientos a Estados Unidos e Israel así como reorientar su acción exterior frente a los conflictos de Oriente Medio. Por lo demás, la sociedad marroquí ha demostrado que es capaz de movilizarse en aquellas cuestiones consideradas esenciales para el desarrollo social, ha mostrado igualmente que mantiene y cultiva determinadas inquietudes sociales y por último ha escenificado una fragmentación cuando no ruptura y oposición entre grupos ideológicos diversos, con resultados desiguales. Junto a ello habría surgido también otro tipo de movilización social, esta más comprometida con el cambio político en el país y muy relacionada tanto con los movimientos de protesta social clásicos así como la más pura disidencia política, tradicional en Marruecos desde su independencia hasta el momento actual.
 
Mohamed VI frente a la disidencia
En efecto, la limitada relajación efectuada en el sistema represivo instaurado bajo la dictadura de Hassan II estaría produciendo o reproduciendo en la actualidad otro tipo de movilización social, algo más radicalizada por su forma de actuar así como por los objetivos que persigue. Lo que diferenciaría a lo que denomino disidencia de la simple movilización social ya comentada, sería el grado de intensidad de la protesta, algo más violenta que una simple manifestación, las reivindicaciones canalizadas en las mismas por lo general más comprometidas con el cambio político, la represión ejercida en su contra  por las fuerzas del orden y lo más importante, la puesta en duda de la legitimidad del Majzén, con el rey al frente. A todo ello habría que añadir los colectivos sociales comprometidos en estos actos, por lo general algo marginales en el paisaje social marroquí, en concreto los bereberes, saharauis e islamistas.
 
De estos tres colectivos, el más radicalizado posiblemente sea el saharaui, excesivamente contestatario bajo el reinado de Mohamed VI y cuyas primeras revueltas se produjeron el mismo año de acceso al trono del monarca, en 1999. Si la represión fue dura en aquel momento lo será aún más durante este año 2005. La población del Sahara ya no tiene miedo y sus reivindicaciones son bastante claras, la independencia del territorio. Estas consignas se proclaman en la calle o ante las comisarías de policía donde permanecen arrestados algunos lideres saharauis. La quema de banderas marroquíes y el veto al acceso de periodistas y políticos europeos a la zona por el Majzén, define a la perfección a la disidencia saharaui que ya no hay que ir a buscarla a Tinduf, como se afana en hacer Mohamed VI. El rechazo a las instituciones de Gobierno y Administración marroquíes con el Rey al frente sería el rasgo más pronunciado de estas revueltas junto a la petición de la independencia.
 
En el norte de Marruecos, en el Rif, las últimas protestas producidas en la zona de Alhucemas, con origen en la falta de atención por parte del Majzén hacia una de las zonas más deprimidas de Marruecos no hace sino acrecentarse con cada pequeño acontecimiento de los que ahí tienen lugar, el último el lamentable terremoto que sufrió la región en el año 2004. En este caso no se cuestiona la legitimidad del Rey o del Majzén, ni siquiera del propio sistema político. En este caso se parte de un principio que socava los propios cimientos de la legitimidad del Majzén, siendo esta propia institución por sí misma la que estaría incurriendo en este error de forma sucesiva a lo largo de los últimos cincuenta años. El olvido y la falta de atención hacia las apeladas Provincias del Norte en algún medio de comunicación oficial, no harían sino servir de justificación a cualquier revuelta rifeña. El fuerte asociacionismo bereber o la defensa y promoción de la cultura amazigh, propia de la zona, servirían de símbolos identitarios para crear una diferenciación con relación al resto de marroquíes. Aquí la disidencia no se crea, la estimula el propio Majzén con su torpe política en la región. Su reacción, basada desde siempre en la represión, como sucedió recientemente en el poblado de Tamasint, donde se habría actuado violentamente contra los manifestantes con gases lacrimógenos lanzados desde helicópteros, haría el resto.
 
Algo parecido sucede en algunas zonas del Atlas, también de cultura bereber y en las que la falta de atención es similar a la padecida en el Rif. Pequeñas comunas en las cercanías de Midelt, Beni Mellal, Azilal, en Imilchil o últimamente en Itzer, de nuevo en las cercanías de Midelt. Quizás las más graves sean estas últimas en la medida en que algunos activistas acabaron en prisión en el caso de Imilchil o sus manifestaciones prohibidas como en el caso de Itzer, donde la población había organizado una marcha hacia Rabat, en protesta por la falta de atención así como la expoliación de sus recursos naturales de forma indiscriminada. De nuevo es el Palacio quien con su torpe política, muy alejada de la sensibilidad de los habitantes de estas zonas, estaría alimentando el rencor y la protesta de sus pobladores. Nótese que la represión se genera siempre y cuando la legitimidad o las políticas del Majzén son puestas en duda.
 
Pero sin lugar a dudas, la disidencia más acusada sería aquella protagonizada por el islamismo, aunque aquí habría que introducir algún matiz. En efecto, ya nadie esconde en Marruecos que el islamismo fue alentado por el propio Majzén durante los años de dictadura de Hassan II, con el fin de aplacar a la que en los años sesenta del siglo pasado constituía la verdadera disidencia en el reino alauita, en concreto algunas secciones de la UNFP, más tarde USFP. Desactivada la izquierda tras la muerte o el asesinato de algunos de sus líderes más carismáticos, el islamismo, que había ocupado amplios espacios sociales, comenzará su desarrollo, en especial durante la segunda mitad de los años setenta y década de los ochenta del siglo pasado. Bajo el reinado de Mohamed VI el islamismo será la corriente ideológica más comprometida con el cambio social y político en el país, encarnado en un partido político, el PJD, algunas corrientes religiosas como el salafismo y asociaciones fuertemente implantadas como Al adl wal ihsan o la Chabiba islamiya. Quizás lo más característico de todas ellas haya sido el rechazo al sistema político marroquí, necesidad de instaurar un estado islámico en Marruecos, reconocimiento de la sharia como fuente de derecho en el país y sobre todo, lo más comprometido, puesta en duda de la sacralidad de la monarquía, entre otros del título de comendador de los creyentes por parte del rey. Algunos de estos objetivos se han ido perdiendo o simplemente se han reformulado con el paso del tiempo.
 
Bajo el reinado de Mohamed VI se han producido algunos cambios importantes y es que desde los fatídicos atentados de Casablanca dos de estos movimientos islamistas han sido neutralizados, uno mediante la represión, como es el caso del salafismo y otro mediante la persuasión del Majzén, en el caso del PJD, persuasión que ha permitido al monarca la recuperación de la tradicional política intervencionista del Palacio sobre los partidos políticos. En el caso del PJD, la intervención se produciría en la elecciones generales y municipales mediante la reducción de los distritos electorales donde podía presentarse el partido, limitando de este modo su número de escaños. También se haría mediante el control de los procesos internos del partido, en particular sugiriendo nuevos candidatos para la secretaria general así como en la portavocía del grupo en el Parlamento. De este modo el PJD entra en el juego del Majzén. A partir de ahora el partido apoya todas las políticas del Palacio, en especial en el Sahara Occidental así como en el exterior de Marruecos, pues su secretario habría realizado algún viaje comprometido, en particular a Mauritania así como a Europa, incluida España, donde estaría intentando vender una imagen de moderación similar a la obtenida por el partido islamista turco, actualmente en el poder en Turquía. En definitiva, el PJD estaría sirviendo a los intereses del rey, tal como sucediera en el pasado con el Istiqlal, primero y con la USFP, algo más tarde.
 
De este modo, en la actualidad, la disidencia islamista estaría representada por el islamismo clandestino así como la asociación Al adl wal ihsan ya que la Chabiba islamiya carece del suficiente peso social como para constituir un peligro para el Majzén. En este sentido, el enfrentamiento con el Palacio, antaño escenificado a través de la carismática figura del jeque Yassine, estaría enarbolada en la actualidad por su hija, la popular Nadia Yassine, pendiente de juicio en la actualidad tras haber abogado abiertamente por la instauración de un régimen republicano en Marruecos y haber afirmado la inviabilidad de la monarquía como régimen político en el país y como elemento base para pilotar un proceso de transición a la democracia. Por lo demás esta asociación sigue actuando, si bien no en una total clandestinidad, si en un silencio absoluto salvo pequeñas actuaciones públicas que impiden calibrar el peso real de la asociación en el paisaje social marroquí.
 
El comprometido cambio social y  político
 
Parece evidente que el cambio social deberá ir unido a partir de ahora a un cambio político pues de lo contrario es muy posible que se generen fricciones inevitables entre la sociedad marroquí y la estructura de poder político existente en el país, con el rey a la cabeza. Sólo hay dos opciones para evitarlo, o se cambia la estructura de poder político para que tengan cabida las aspiraciones de todos estos grupos sociales o se instaura de nuevo un régimen represivo al estilo de la época más oscura de Marruecos bajo la dictadura de Hassan II. Junto a ello no debemos olvidar dos de los elementos esenciales que van a condicionar en el futuro el cambio social en Marruecos, a saber, el acentuado carácter conservador de la sociedad marroquí y el amplio respaldo social del islamismo. A ello habría que añadir la incapacidad manifiesta de la monarquía para adaptarse a las exigencias de la democracia. De este modo, cualquier acción que pretenda emprender el Majzén deberá contar con los dos elementos primeros así como su propia capacidad de supervivencia, circunstancia que impedirá su acomodo a una nueva estructura política, deseada por algunos colectivos del país. La reforma del código de la familia o la más reciente de la ley de partidos son dos claros ejemplos de las incoherencias a las que está sujeto el Majzén. En el primer caso la reforma la tuvo que pilotar finalmente el propio monarca ante las reticencias del sector más conservador de Marruecos, Ulemas e islamismo. En el segundo, el objetivo del Majzén es seguir condicionando los procesos electorales y la composición del Parlamento, bloqueando de nuevo las posibilidades de cambio social y político en Marruecos.
 
El resto de acciones emprendidas por el rey se mueven en la pura ambigüedad y oportunismo político. Así, la reactivación del consejo consultivo del Sahara Occidental se prometió tras el acceso al trono de Mohamed VI y las revueltas y represión ejercida contra la población en el Sahara Occidental, en 1999. El consejo sigue sin funcionar aunque de nuevo amenaza el monarca con reactivarlo, aunque lo cierto es que es un órgano político intrascendente en la práctica. Los numerosos atentados contra los derechos humanos producidos en Marruecos durante estos cuatro años se ha intentado maquillar con la creación del IER, instancia creada para juzgar los crímenes cometidos bajo la dictadura de Hassan II que no del dictador y por cierto, sin consecuencias penales, institución que ha supuesto un nuevo golpe de efecto del monarca ante la opinión pública nacional e internacional. Los grandes discursos programáticos y proyectos presentados por la monarquía seguirían el mismo tono que los anteriores, escenificar una voluntad de cambio que nunca se llega a materializar. En este marco se inscribiría la aprobación de la carta nacional de la educación, tras el conocimiento de que el índice de analfabetismo en Marruecos ha bajado del 48% al 45% de la población según el último censo elaborado en el país. Y como no, ante las protestas en numerosas regiones depauperadas del Marruecos más recóndito también se ha presentado un programa, la iniciativa para el desarrollo humano (INDH), con el fin de luchar contra la pobreza, el paro, el analfabetismo y múltiples problemas sociales, programa que aún no ha sido concretado en sus órganos, planeamiento y presupuesto pero que sí, claro, ha supuesto la nominación por el rey y sin contar con el Gobierno, de trece nuevos walis regionales así como catorce nuevos gobernadores provinciales. Sin duda otro golpe de efecto más cuya trascendencia exacta es difícil de pronosticar en estos momentos pero que sí permite vislumbrar que en Marruecos nada es lo que parece. De nuevo todo cambiaría para permanecer igual que antes. Y ello en beneficio del mantenimiento y supervivencia de la monarquía en el centro de la estructura de poder político.

Marcos R. Pérez González es Sociólogo. Analista Internacional