Blanco perfecto

por Ángel Pérez González, 18 de octubre de 2007

(Publicado en Fuerzas Armadas del Mundo, nº.62, 2007)

LÍBANO
 
Tras el atentado contra las tropas españolas en Líbano la pregunta inmediata es sencilla: ¿qué contingente será el próximo?
 
Por supuesto la operación auspiciada por Naciones Unidas plantea otras dudas de entidad notable, entre ellas, la seguridad actual de las tropas; la cota de seguridad factible si se extremase la atención; la capacidad de esas tropas para ejecutar su misión y la ayuda efectiva que prestan al ejército libanés.
 
El escenario tampoco es tranquilizador. Si los grupos terroristas que allí operan decidiesen convertir Líbano en un entorno hostil poseen los medios para lograrlo, sin ninguna duda; mientras las tropas occidentales se enfrentan al corsé legal y técnico que su extraña misión implica, corsé que impide, y en el mejor de los casos dificulta mucho, la localización, persecución y eliminación de las células terroristas.
 
La misión en el Líbano exige por tanto replantear seriamente varias cuestiones, la primera la naturaleza de la misión. La segunda, la circunstancia estratégica del escenario y la tercera, la necesidad de arbitrar una respuesta militar ante un ataque como el sufrido. La primera debiera tener una fácil respuesta atendiendo al mandato de Naciones Unidas. Sucede sin embargo que los mandatos de Naciones Unidas resultan inoperantes con frecuencia sobre el terreno, entre otras razones, porque no se basan en la imposición por parte de la Organización y usando la fuerza si fuera necesario de una determinada decisión internacional. Al contrario, un mandato de Naciones Unidas pivota sobre la benevolencia de las partes enfrentadas. Si la benevolencia desaparece ni la fuerza desplegada ni la voluntad política permiten reconducir la situación. La misión en el Líbano por tanto es técnicamente una operación de interposición, y en la práctica una sencilla y limitada intervención militar cuyo objetivo es dar satisfacción política a sus protagonistas.
 
Respecto a la segunda, no puede ser más desalentadora. La decisión siria e iraní de convertir Israel en la próxima batalla antioccidental hace inevitable la utilización del Líbano, cuya población moderada, cristiana, es hoy minoría y cuya población radicalizada, musulmana, mantiene una ambigua relación con los diferentes grupos terroristas que actúan en el país. La limitada capacidad de acción del estado Libanés y el asesinato sistemático de los líderes que se significan como antisirios solo auguran una nueva guerra civil.
 
La tercera exige un despliegue militar más intenso y dispuesto a entrar en combate, algo que en un medio hostil pudiera empezar a asemejarse a la batalla de Irak. No hay voluntad y no se despliegan medios.
 
¿Existen otras opciones? Sin duda.
 
Primero, colapsar el régimen sirio. Eliminar la actividad hostil de ese país sería sencillo y liquidaría la vía natural de entrada de armas de la que se nutre Hizbolá.
 
Segundo, reforzar la posición de Israel. La protección de sus fronteras y la represión de la violación terrorista de aquellas debe ser asumida por toda la Comunidad Occidental.
 
Tercero, reforzar la autoridad del gobierno libanés, colaborando con su ejército si es necesario y utilizando la fuerza si es conveniente.
 
Cuarto, colapsar el régimen iraní, una necesidad si se desea realmente ganar en Irak y un requisito si Occidente desea garantizar la soberanía y estabilidad libanesa.
 
Quinto, sin respaldo moral y económico destruir las redes terroristas en Gaza, Cisjordania y Sur del Líbano.
 
¿Es posible en las presentes circunstancias ejecutar los cinco puntos? No. ¿Es conveniente? Si. ¿Existen alternativas?, sin duda, entre ellas retirarse del Líbano. ¿Es aceptable una retirada inmediata?, no. ¿Más adelante? Será una tentación difícil de evitar. Y sus consecuencias, sin duda, difíciles de sumir.