¡Atrévete a vivir!
por Pedro Fernández Barbadillo, 26 de mayo de 2008
(Del libro ¡Atrévete a vivir! de Robert Redeker. Gota a Gota, Madrid 2008)
La editorial Gota a Gota, vinculada a la FAES, acaba de prestar un servicio al debate sobre las relaciones de Europa con el islam y las consecuencias del movimiento a favor del multiculturalismo con la edición del diario de Robert Redeker ¡Atrévete a vivir!
El 19 de septiembre de 2006, el diario Le Figaro publicó un artículo de Redeker, profesor de filosofía en un instituto de un pueblo cercano a Tolouse, titulado ¿Qué debe hacer el mundo libre ante las intimidaciones islamistas?. Sólo horas después, un jeque le señaló como el islamófobo del momento en la televisión Al-Yazira; a partir de entonces, empezó a recibir amenazas de muerte de los islamistas. La Policía francesa consideró que él y su familia se encontraban en peligro de muerte y les hizo abandonar su casa y pasar a la clandestinidad. Desde entonces, Redeker, su mujer y sus hijos están obligados a esconderse. En este libro, Redeker cuenta los cambios ocurridos en su vida desde el momento en que ejerció sus libertades de expresión y de conciencia.
¡Atrévete a vivir! causa desazón por varios motivos. Un hombre honrado y trabajador se convierte en una presa para los terroristas de la noche a la mañana y toda su vida, sus seguridades, su pequeño mundo, sus amistades, se desmorona. Este punto es el menos angustioso de los tratados por el libro. Mucho peor que la chusma de delincuentes y asesinos acosando a un inocente es la multitud de funcionarios, intelectuales y simples ciudadanos concienciados que dan la espalda a la víctima.
En cuanto se conocen las reacciones de los islamistas contra Redeker éste se queda solo o casi. Sus colegas aprovechan la ocasión para atacarle y culparle de su propia desgracia. Como él escribe, las salas de profesores de Francia son el último reducto donde aún se celebran regularmente procesos estalinistas. Los padres de sus alumnos, sus vecinos, sus superiores en el Ministerio de Educación no quieren saber nada de su destino. La República ha fracasado en su compromiso de proteger a Redeker de unos terroristas, pero los alquileres de las nuevas viviendas, los desplazamientos, los gastos de sus hijos los debe pagar él, el inocente. No soy una buena víctima. (
) No soy una víctima que permita tranquilizar la conciencia al brindar la oportunidad de librarse de un vago sentimiento de culpabilidad. Sobre su nombre se acumulan las llagas del leproso, visibles o inventadas: es blanco, es cristiano, no es anti-norteamericano, es sionista, es reaccionario, es partidario de Sarkozy, escribe en Le Figaro, es racista
Todos estos delitos convierten a Redeker en un indigno.
En el pueblo en que reside, Escalques, donde viven nuevos ricos que votan masivamente a la izquierda a la izquierda, tendencia burguesa-bohemia, el alcalde, socialista, y los vecinos se quejan a la Gendarmería por la furgoneta policial estacionada frente a la casa de la familia Redeker y no cejan en sus protestas hasta que la vigilancia se desplaza a un lugar menos molesto para los conformistas y menos seguro para los amenazados. Semejante saña de los vecinos contra unas víctimas de terrorismo todavía causa asombro y asco en Francia; en España ya nos hemos acostumbrado a ella.
Redeker confiesa que esta trituradora le produce aún más dolor que la condena islamista. Tengo motivos para morir de tristeza ante el intento de demolición de que soy objeto. Tengo motivos para fundirme lentamente, como la cera de una vela que se consume, ante la constatación de las traiciones y la falta de solidaridad.
Y entre los traidores y los insolidarios, destacan los izquierdistas, desde los progres a los comunistas. Si hubiese sido amenazado por la Iglesia saldrían a manifestarse por las calles cientos de miles en apretadas filas. (
) Pero la amenaza procede de los seguidores del Islam, la única religión con la cual mis colegas profesores, a pesar de ser la punta de lanza del laicismo, se muestran comprensivos.
Sólo un puñado de amigos, varios conocidos intelectuales como André Glucksman, Pierre-André Taguieff y algunos políticos como Nicolás Sarkozy, Philippe de Villiers y François Bayrou salen en su ayuda. El diario comunista LHumanité (que expurgó su hemeroteca después de la Segunda Guerra Mundial para eliminar los halagos que dedicó al III Reich nacional-socialista y a Hitler durante la vigencia del pacto de amistad entre la URSS y Alemania) le denigra, mientras que el periódico católico italiano Il Foglio le dedica numerosos artículos de ánimo.
Al cerrar el impresionante diario las conclusiones son que Europa parece perdida ante el islam y que a la inmensa mayoría de los europeos no les importa nada su porvenir. A éstos se les puede aplicar la descripción que el autor hace de sus vecinos: La corrupción moral forma parte de esa mentalidad de nuevos ricos. Redeker se presenta como cristiano. Por tanto, cabe añadir que su desgracia nos demuestra que él, nosotros y Europa entera estamos en manos de Dios.
Este libro se puede leer como una versión moderna de los diarios que escribieron los prisioneros de los gulags comunistas. A Redeker no se le condena a trabajos forzados, puede viajar, escribir y publicar, dispone de dinero, sigue conservando su pasaporte
pero ha cometido el mismo delito de los presos de Lenin y Stalin: levantarse contra un régimen totalitario. El totalitarismo de la URSS era político; el que asola Europa occidental es ideológico; pero los servidores y benefactores de ambos persiguen a los disidentes hasta aniquilarlos, mediante la cárcel o la bala antes o, ahora, el silencio y la difamación. La libertad da miedo. El hombre libre provoca inquietud. Dentro de unos años, este diario ¿se leerá como una premonición o como un testimonio de una época por fortuna superada?
Dos pegas sólo sobre la edición española de ¡Atrévete a vivir!: primero, el precio, que es demasiado alto para un volumen de 120 páginas; y segundo, ¿por qué no se ha incluido el artículo de Redeker publicado en Le Figaro que comenzó esta aventura? Y, respecto a todos los títulos de Gota a Gota: que la editorial cambie las portadas, por favor. Eso sí, ha sido un acierto escribir islam con minúscula.