Ataque terrorista. Después de Bombay

por GEES, 8 de diciembre de 2008

Al final sí fueron diez objetivos y diez atacantes: 163 muertos, de los cuales 18 eran miembros de las fuerzas de seguridad, más nueve terroristas. Se da por seguro que la organización responsable es la yihadista pakistaní Lashkar-i-Taiba, traducida unas veces como Ejército de los Piadosos y otras Ejército de los Puros. Partieron de Karachi en un barco pesquero robado, haciendo un viaje de más de 700 Km., y en todo momento estuvieron en contacto telefónico con sus jefes en Pakistán. Hay rumores sobre otros cinco implicados más, quizás en funciones de apoyo, pero la policía no suelta prenda. Actuaron en un área pequeña, en la punta meridional de la inmensa ciudad de más de 14 millones de habitantes, emplazada en una estrecha península, cerca de donde desembarcaron en lanchas de plástico el miércoles 26 a última hora de la tarde.
 
Se dispersaron en taxis y en media hora, sobre las 21.30, comenzaron a disparar y lanzar granadas indiscriminadamente. Actuaron en grupos de dos o tres sembrando la muerte con enorme rapidez. Sus objetivos principales fueron cinco: la estación de ferrocarril, el café turístico, el centro judío y sobre todo los dos grandes hoteles de lujo. Los otros les cogieron de paso. La ordalía terminó hacia las ocho de la mañana del sábado 29 en el hotel Taj Majal, cuando cayó el último de los terroristas. No se ha dado ninguna explicación de cómo pudieron resistir tantas horas en máximo estado de tensión mientras iban siendo diezmados.
 
Ha quedado amplísimamente confirmada la absoluta falta de preparación de las autoridades indias, tanto nacionales como locales. Desde el punto de vista del terrorismo, el ataque aporta una nueva táctica, la del comando militar, que crea nuevas inseguridades a cualquier país que pueda ser objeto de un acto semejante. Aumenta las cargas, costes y peligros a los que nos vemos expuestos. Añade un nuevo rasgo bélico a la naturaleza del conflicto, subrayando la importancia de campos de entrenamiento con o sin la anuencia del Estado donde se alojen.
 
Sin minusvalorar la importancia de todo ello, el atentado nos habla esencialmente de dos cosas, la sociedad india y las azarosas relaciones entre las dos potencia atómicas del subcontinente.
 
Primero, ha mostrado la incompetencia del Estado indio y ha sacado a la luz infinidad de datos que el crecimiento de ese gigante y su expansivo papel internacional había tapado. Lo mismo que China, está destinado a ser uno de los grandes de este mundo pero esto no se producirá ni mañana ni pasado mañana. Muchas cosas tienen que mejorar muy radicalmente para que las potencialidades del país surtan sus efectos. De momento, el ataque ha conmocionado a toda la sociedad india, unánime en que éste es su 11-S. Y ello tiene más de sorprendente de lo que podría parecer porque la India ha sufrido ataques peores en número de víctimas, hasta el punto de que ya ha perdido cerca de 7000 vidas en actos terroristas. Como término de trágica referencia baste decir que sólo en Bombay mueren accidentalmente en trenes unas 4000 personas al año, aplastadas en los intentos de entrar o salir o viajar colgadas de los vagones.
 
La otra historia es la permanente tensión con Pakistán. Se puede descartar la complicidad de las autoridades supremas del país, pero el servicio secreto militar nunca está exento de sospecha y la colaboración antiterrorista pakistaní nunca llega al fondo de la cuestión, bien por táctica, bien porque los condicionamientos políticos internos no se lo permiten. En medio están los americanos, tratando de evitar una guerra y extraer la máxima cooperación posible en su prioritaria lucha contra el terrorismo islamista, practicando el perpetuo ajuste de peligrosas presiones sobre el dudoso amigo.