Argentina y Brasil: ¿Dos modelos afines?

por Ángel Pérez, 1 de diciembre de 2004

La llegada al poder en 2003 de Inacio Lula en Brasil y Néstor Kirchner en Argentina generaron toda suerte de comentarios sobre las consecuencias económicas y estratégicas de sus respectivas opciones políticas. No faltaron quienes vieron en aquellos acontecimientos una modificación sustancial del panorama político que, virando hacia la izquierda, intentaba modificar o atemperar las políticas neoliberales del período inmediatamente anterior.
 
La extracción ideológica de Lula y la trayectoria de Kirchner, mucho menos clara y comprometida, parecía ofrecer un modelo nuevo o tercera vía no exenta de problemas: Lula consiguió moderar su discurso y reunir apoyos de origen ideológico diverso, el cambio en la continuidad.
 
En Argentina se superó lo peor de la crisis y se alcanzó un buen acuerdo con el FMI, pero las clase política involucrada en la dirección del país no es nueva, y la estructura institucional de la República no ha sufrido ningún cambio. Ninguno de los dos países han abandonado esa línea invisible  que hace más difícil volver a tiempos peores. Esta tendencia hacia la izquierda pudiera verse reforzada si en 2006 el PRI ganase las elecciones mejicanas. Otro partido y otra clase política, en todo caso, que no acaba de superar sus graves problemas de credibilidad.
 
Independientemente de la filiación ideológica de los líderes y partidos nombrados, lo cierto es que este viraje hacia la izquierda tiene un origen claro, el cansancio generado por un largo período de escaso crecimiento, 2002 y 2003 han sido años de estancamiento; y el número invariable de pobres en la región, el 43% de la población hemisférica. Un período, sin embargo, en el que se han realizado cambios institucionales notables gracias a la corriente democratizadora que, en unos países más que en otros, ha asentado una razonable pluralidad política y básica libertad económica.
 
La consolidación democrática, de todas formas, sigue encontrando obstáculos importantes, entre ellos, la frustración causada por el incumplimiento de las expectativas de cambio, un cambio imposible sin la transformación de la estructura de partidos, la clase política y, a veces, la estructura del estado. Las victorias de Chávez en Venezuela y Gutiérrez en Ecuador fueron las respuestas populistas a las mismas dificultades.
 
Kirchner y Lula
 
Sin duda existen identidades entre los obstáculos que ambos presidentes tienen que sortear para alcanzar sus objetivos, por tanto puede considerarse que los retos también convergen. El primero no es otro que conseguir que la economía crezca garantizando la estabilidad social, y no a costa de aquella.
 
Este objetivo hay que alcanzarlo sin poner en tela de juicio el modelo económico. En ambos casos son los presidentes, más si cabe en el ejemplo de Lula, los depositarios de la confianza popular, algo que contrasta con la mala imagen de los partidos y algunas instituciones, como el Parlamento y la Justicia. La existencia de puntos comunes no debe sin embargo llevar a engaño. Lula ha adoptado una estrategia conciliatoria, además de aprovechar su pasado como líder obrero. Kirchner por el contrario tiende a utilizar una estrategia más agresiva y, a veces, cercana al populismo. Tampoco coinciden sus políticas económicas.
 
Mientras Lula ha realizado notables esfuerzos para asegurarse la cooperación de los inversores internacionales, Kirchner se ha enfrentado a ellos. También divergen sus políticas exteriores. Brasil actua con criterios claros: reforzar Mercosur, liderar el subcontinente, asegurar una buena negociación del tratado ALCA con EEUU y, a largo plazo, obtener un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Argentina, por el contrario, va dando bandazos, intentando matener una equidistancia entre los intereses de Brasil y los norteamericanos, al tiempo que realiza guiños extraños a países como Cuba.
 
La relación de ambos líderes con Cuba y Venezuela ha generado, sin duda, malestar tanto en los EEUU como entre ámbitos de opinión internos, especialmente los vinculados al sector empresarial. Basta recordar el espectáculo que Chávez y Fidel Castro dieron en Buenos Aires cuando acudieron a la toma de posesión de Kirchner.
 
Para numerosos analistas, sin embargo, se trató de un juego del presidente argentino, empeñado en aprovechar el temor que la posible filiación de Argentina al neopupulismo antiamericano generaba en los EEUU, intentando así sacar alguna ventaja en las negociaciones que posteriormente permitieron alcanzar un acuerdo con el FMI.
 
Por otro lado la tentación populista de Kirchner no le ha impedido declarar que su referente político por excelencia es Ricardo Lagos, presidente, también de izquierdas, de Chile. Si bien las diferencias notables en el sistema de partidos y estructura económica entre ambos países hacen difícil trasladar el modelo chileno al caso argentino. En ambos casos, tanto en el brasileño como el argentino, el problema por excelencia ha sido garantizar la gobernabilidad del estado.
 
Dos formas de gobernar
 
En los dos países los presidentes se enfrentan a notables obstáculos políticos, habida cuenta de que en ninguno de los casos la victoria ha sido absoluta. Kirchner partía de una legitimidad electoral moderada. Por tanto su estrategia política busca aumentarla. De allí la sucesión de decisiones audaces, como la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final o el cambio de la cúpula directiva del ejército, que caracterizaron el inicio de su mandato.
 
Ha mantenido en todo momento la iniciativa y ha gastado gran parte de su energía apoyando a sus candidatos en las elecciones de distrito celebradas desde mayo de 2003. Esta estrategia le ha asegurado la lealtad de la mayoría de los gobernadores regionales, superando así el grave problema que suscita el federalismo en Argentina, un estado con una estructura de partidos claramente deficiente y poco integradora. El objetivo de Kirchner es agrupar a todas las fuerzas de centro-izquierda, abandonando parcialmente su trayectoria peronista. Con esta táctica se asegura la reelección en 2007 si los asuntos públicos son bien gestionados.
 
Enfrente se ha ido formando una alternativa peronista de centro-derecha, dirigida por políticos como Reutemann y José Manuel de la Sota, que por ahora está lejos de representar un desafío. Respecto a la relación con Duhalde, aunque este último ha pretendido reunificar el peronismo y este objetivo es contradictorio con la táctica de Kirchner, más abierta; los éxitos iniciales de su mandato facilitarán el mantenimiento de la alianza, al menos por un tiempo. La nota negativa de este escenario salta a la vista. Ni los políticos, ni el sustrato ideológico peronista ni la estructura del estado eliminan la posibilidad de una nueva crisis.
 
Los problemas de Lula en Brasil en parte son similares. Por ejemplo Lula ha necesitado también el apoyo, o la tolerancia, de los gobernadores estatales. En este punto concreto ha tenido menos éxito que Kirchner. El complejo y atomizado sistema de partidos brasileño ha obligado a Lula, como a sus predecesores, a crear una alianza muy variada que incluye al PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño) y el PSDB (Partido de la Social Democracia Brsileña). En la oposición queda Cardoso y el Frente Liberal, por ahora ambos bastante aislados.
 
En conjunto es un sistema poco sólido, donde las lealtades están más vinculadas a prebendas políticas que cuestiones de principios, algo que pudiera afectar con el tiempo a la eficacia de la actividad de gobierno y a las relaciones con los poderes regionales. Sin duda en esta débil alianza el prestigio de Lula juega un papel fundamental, un prestigio basado en la constatación de su moderación y pragmatismo, reconociendo que los graves problemas del continente latinoamericano, no sólo los de Brasil, tienen mucho que ver con la incompetencia propia y menos con la influencia de EEUU.
 
Por consiguiente, Lula ha considerado que para alcanzar sus metas, disminuir la pobreza y las desigualdades, necesita estabilidad económica, evitando desde el principio medidas extremas como el control de precios y el crecimiento excesivo del gasto público. Aceptó el cumplimiento de los acuerdos firmados por su antecesor con el FMI y nombró a Enrique Meirelles, vinculado al sector bancario privado, presidente del Banco Central. Los escasos resultados económicos hasta ahora han generado críticas y la exposición de alternativas tanto a su derecha como a su izquierda.
 
Lo cierto es que Lula ha sacrificado el crecimiento económico persiguiendo la credibilidad y estabilidad económicas, opción que se tradujo en un bajo nivel de inversión, un 17% del PIB; una caída importante de los salarios reales de casi el 13% y un aumento del desempleo, una tendencia que se empezó a invertir a mediados de 2004.
 
El año terminará con un crecimiento superior al 4%, un aumento del superávit comercial y un razonable control de la inflación, hechos que justifican la recuperación de la popularidad, erosionada en 2003, del presidente Lula. El centro del debate económico es hoy cómo hacer frente a la deuda externa y si es necesario un nuevo acuerdo con el FMI que garantice suficiente financiación si la crisis volviera a hacer estragos. Lula defiende esta opción prudente. Dos reformas marcarán además la imagen pública de su gobierno, la reforma del sistema de pensiones y la urgente reforma tributaria.
 
Las elecciones municipales de 2004 han constituido el primer gran referéndum, superado con razonable éxito, sobre Lula y su política; y ello a pesar de la derrota del PT en Sao Paulo frente al PSDB. Más allá de los resultados las elecciones municipales de 2004  han desatado las especulaciones sobre sus efectos sobre las elecciones presidenciales de 2006. En realidad se trata de dos fenómenos políticos distintos, en los que influyen circunstancias coyunturales, sobre todo económicas, difíciles de trasladar en el tiempo. Pero si permiten constatar mecánicamente algunas variables.
 
El PT ha revalidado su posición, sin alcanzar a dominar el escenario político de forma absoluta. El PSBD ha salido también fortalecido tras alcanzar un éxito notable en los grandes centros urbanos. La atomización partidista y la influencia del sistema federal han vuelto a demostrar su plena vigencia y, en definitiva, las elecciones han dejado a Lula en la necesidad de seguir manejando variables diversas para asegurar la gobernabilidad del país, ampliando así artificialmente la influencia de sus pequeños socios de gobierno.
 
Conclusión
 
La comparación entre las estrategias y tácticas de Lula y Kirchner no es sencilla. La identidad ideológica es sobre todo formal, habida cuenta de sus diferentes orígenes políticos. Y las naciones que gobiernan parten de situaciones distintas. Se puede decir que ambos han abandonado la idea de un socialismo nacional en favor de un capitalismo socialmente justo, concepto confuso en el que caben reacciones de todo tipo; aspecto en el que se ha querido ver la base de la modernización de la izquierda latinoamericana y el inicio de una tercera vía hemisférica. Las políticas económicas tampoco coinciden.
 
En Brasil se tiende a admirar la audacia de Kirchner para plantear reformas de izquierda; exactamente las que se reclaman de Lula. Pero es necesario considerar que la diferencia de tamaño económico, de potencia industrial y de idiosincrasia entre sus respectivas clases empresariales obligan a tomar decisiones distintas. De ahí que paradójicamente Kirchner haya desarrollado una imagen más extremista y antimercado que Lula, cuando de facto son Lula y su partido los más inclinados históricamente en esa dirección. La traducción más clara de las divergencias entre ambas fórmulas se ha visto en la política exterior.
 
Conviene recordar que Lula apoyó abiertamente a Kirchner en su campaña electoral y que éste le dedicó su primer viaje oficial al extranjero, creando un ambiente de cordialidad e identidad de pareceres que pronto quedó en entredicho. El carisma de Lula y el reconocimiento internacional de Brasil han generado suspicacias, así como la visión del proyecto ALCA y Mercosur.
 
Mientras Brasil pretende reforzar el bloque y mejorar su posición negociadora con EEUU, un sector notable de opinión en Argentina considera que sería más rentable priorizar una relación bilateral con los EEUU, al modo de México o Chile, en detrimento de Mercosur. Argentina necesita del apoyo norteamericano, pero éste es contradictorio con la política de afirmación nacional de Kirchner. Ésta, a su vez, alimentada por una rivalidad regional secular, hace difícil lo que sería aparentemente lógico, jugar plenamente en el campo de Brasil. La sensación de debilidad frente al vecino lusófono intimida a Buenos Aires y le obliga a buscar opciones equilibradoras, en especial la norteamericana. Un dilema que termina por dotar a la política exterior argentina de una imagen caótica, poco estructurada y ambivalente.