Argelia. Golpe a la lucha antiterrorista

por GEES, 17 de febrero de 2012

 El fallecimiento del General de Cuerpo de Ejército Mohamed Lamari, tras sufrir un infarto el 13 de febrero, ha llevado a muchos a glosar su perfil como cabeza más visible de los "erradicadores" en la guerra del Estado argelino contra los terroristas iniciado hace más de dos décadas. Lamari era el militar de mayor graduación de las Fuerzas Armadas argelinas y su labor antiterrorista fue ejemplar en su dimensión operativa, independientemente de que hay quienes sólo quieren ver en él a un represor.

Lamari, como el General estadounidense Stanley McChrystal, tuvo el valor de dimitir de su cargo – algo que no suelen hacer los militares – cuando comprobó que sus criterios profesionales eran despreciados por los mandos políticos poniendo en entredicho su mando. El ahora fallecido lo hizo en 2004, mostrando con ello su disconformidad con las concesiones del Presidente Abdelaziz Buteflika a los islamistas. A principios de los noventa Lamari era el Jefe de las Fuerzas Terrestres y testigo del ascenso del Frente Islámico de Salvación (FIS) no sólo como partido político sino también como grupo insurreccional que propugnaba, y algunos de sus miembros ejercían, la lucha armada. El terrorismo no comenzó, como algunos dicen, a raíz de la interrupción del proceso electoral en enero de 1992, sino que ya venía de atrás y Lamari fue testigo de excepción. Hombre de palabras claras, y contundentes, narró con frecuencia el desafío que para el Estado planteaban tanto los yihadistas que regresaron de Afganistán con la voluntad firme de continuar su guerra como el grupo de Mustafá Buyali que ya había ejecutado acciones terroristas en Argelia durante los ochenta: análisis claros, rotundos y sinceros que algunos siguen eludiendo prefiriendo presentarle como un simple golpista.
Su creación y dirección del Centro de Coordinación de la Lucha Antisubversiva (CCLAS), en 1992, anticipó en casi una década a las iniciativas desarrolladas en muchos países tras los macroatentados del 11-S, y su clarividencia sobre los riesgos que comporta el ascenso de los islamistas era y sigue siendo más necesaria que nunca hoy. Las generosas amnistías propiciadas por Buteflika – la Concordia Civil, en 1999, y la Reconciliación Nacional, en 2005 – fueron vistas con recelo por Lamari, como una peligrosa concesión a un sector emergente que es particularmente peligroso por considerar su ideología superior a las demás por pertenecer al ámbito de lo divino. Los islamistas que ahora ganan elecciones en el mundo árabe no están manchados de sangre como el FIS en 1992, ni muestran de forma explícita eslóganes desestabilizadores, pero tienen todos a su vera, o en su interior, sectores que sí siguen viendo la política como un mero instrumento para hacerse con el poder e imponer sus ideas. Ahora que Argelia tiene ya fecha para sus elecciones, el 10 de mayo, y los islamistas se reposicionan para seguir la estela de sus camaradas tunecinos, egipcios o marroquíes, las llamadas a la prudencia y a la vigilancia de Lamari deberían de ser de tenidas en cuenta, dentro y fuera de Argelia.