¿Apocalipsis Hispania?

por Rafael L. Bardají, 15 de noviembre de 2019

El 9 de noviembre de 2016, mientras se conmemoraba el derribo del infame muro de Berlín, era elegido presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump. Tres años más tarde, justo en el 30 aniversario de la celebración de la caída del comunismo, en España se forja fraudulentamente un gobierno radical social-comunista. Esa es la diferencia entre el primer mundo democrático y una democracia de tercera, como la nuestra, girando constantemente sobre los muertos.

 

Dos partidos perdedores, rancios en sus ideas y destructivos en sus planteamientos, se ponen súbitamente de acuerdo para regir los destinos de España en los próximos años. ¿Por qué? ¿Por qué ahora? La respuesta nos la han dado ellos mismos: por el auge de la España viva, eso que ellos llaman despectivamente la ultraderecha, y porque esa España viva le impediría detentar poder alguno en el futuro.

 

Hay quien se plantea el dilema del gobierno entre la reconstrucción de España y su destrucción a manos de revolucionarios bolivarianos y separatistas. Y por eso andan implorando un acuerdo entre Sánchez y Casado como única salvación nacional imaginable. Ojalá, pero me parece ingenuo. El dilema de Sánchez es elegir la opción que más tiempo de Falcon le garantice. Y, mucho me temo, una gran coalición informal, que nadie quiere, le resultaría demasiado volátil y, por tanto, arriesgada. Quienes coinciden en sostener lo máximo posible este gobierno de socialistas y comunistas pro-autodeterminación, aparte de ellos mismos por razones obvias, son los separatistas. Ninguna otra alternativa o geometría política les promete mayores réditos. Por eso estoy convencido de que este gobierno anti-España saldrá adelante.

 

Ha habido dos experiencias más o menos recientes de comunistas en un gobierno europeo, el primer gobierno de Mitterrand y Syriza en Grecia. Y ninguna de ellas acabó bien. La primera con el presidente francés desentendiéndose de ellos ante la ruina económica que promovían; en Grecia, con una socialización bestial de la pobreza y el rechazo final de la población a sus propuestas. Desgraciadamente para España, ni el caso francés ni el griego se parecen al nuestro. En el caso galo, Mitterrand había barrido en las urnas y detentaba el poder real y no arriesgaba nada echándoles del gobierno con una patada, como hizo apenas unos meses después de haberles incorporado al mismo; en el caso de Grecia, ni la unidad del país estaba en peligro ni la revolución que planteaba Tsipras promovía el asalto a las instituciones democráticas. En España nos encontramos con un presidente socialista, como Sánchez, que ha perdido apoyo popular y escaños y que dependen vitalmente de Podemos y los separatistas catalanes para poder seguir instalado en la Moncloa. Si se separa de ellos, se va al paro. Aún peor, los comunistas de Podemos son revolucionarios bolivarianos, no los típicos comunistas al servicio de Moscú que nos brindó el pasado. Ellos ya han exportado su revolución a Hispoanoamérica y que haya hundido a países enteros no les preocupa nada. ¿recuerdan cuando Errejón decía que no había hambre en Venezuela y que las colas lo demostraban? Casi casi lo mismo que el socialista Ábalos afirmando que el paro va muy bien tal como demuestran las numerosas inscripciones en las oficinas de búsqueda de empleo. Puro Gebbelianismo donde la verdad es lo que el gobierno quiere que se crea, independientemente de los hechos y la realidad.

 

En suma, el gobierno social-comunista español apoyado por los separatistas antiespañoles no sólo pondrá en peligro la prosperidad y el bienestar de todos los españoles, porque acabará arruinando al país, sino que llevará a la crisis de las instituciones democráticas que hemos disfrutados estas últimas décadas. Primero, porque no son demócratas; segundo, porque su supervivencia política les exigirá tomar medidas radicales que sólo con la destrucción de los contrapesos democráticos podrán llevar adelante.

 

Por suerte o por desgracia hemos conocido dos modelos contemporáneos de cómo se acaba con la democracia. Por un lado está el turco de Erdogan, clásico ejemplo de manipulación y represión, con decenas de miles de detenidos, periodistas encarcelados, imposición del Islam y hegemonía del partido en el poder hasta convertirse rápidamente en una demodura, es decir, una mezcla perfecta de formalidad democrática regida, en realidad, como una dictadura; por otro, el ejemplo venezolano, una perfecta dictocracia, donde la corrupción, el narco, la agitación populista, la complicidad de los militares, la riqueza del petróleo y la ayuda exterior de Cuba, ha transformado más lentamente un estado plenamente democrático en una dictadura.

 

Podemos tiene clara la hoja de ruta venezolana porque muchos de sus líderes la concibieron e impulsaron. Y la defienden. Y, como buenos intelectuales que son -y no son estúpidos- también saben de los riesgos del modelo griego de Syriza, perdedor. Y ellos no están dispuestos a perder un ápice de poder ahora que han llegado. Por eso también creo que van a ser más radicales y determinados para poder incrustarse finalmente en el poder. Su único freno, de momento, es Sánchez, pero ya darán con la fórmula para anularlo en su momento. Yo, desde luego, no confiaría en él como salvador de la patria, sinceramente.