Algunas claves del conflicto en el norte de Malí ante la intervención militar

por Carlos Echeverría Jesús, 21 de enero de 2013

 El análisis tanto de la consolidación de un santuario terrorista a lo largo de 2012 en el norte de Malí como de la intervención militar, a comienzos de 2013 se hace obligado, y no sólo en términos de actualidad. Es importante extraer lecciones y, de paso, romper con muchos tópicos. La desatención de no pocos analistas y mandatarios a la primera, y las críticas fáciles de otros a la segunda deben de ser puestos ahora en evidencia. La realidad nos demuestra que ni el activismo de grupos terroristas varios en el norte de Malí era marginal, por un lado, ni la intervención militar de ahora debe de ser utilizada para explicar las acciones/reacciones de los terroristas. Estos últimos estaban bien asentados en la región, y venían haciendo en ella y desde ella lo que suelen, es decir, coaccionar y asesinar, y es injusto criticar ahora a quienes están combatiéndoles acusándoles de estar provocando su ira.

 
El agravamiento de la situación en el norte de Malí como consecuencia directa de las revueltas en Libia
 
Cabe recordar ahora que la situación en Malí a fines de 2011 no era idílica. Sequía, hambruna, intenso activismo terrorista y la tensión permanente entre comunidades Tuareg y representantes del Estado maliense constituían los elementos definidores de la situación. La revuelta en Libia, la guerra civil generada de inmediato y la intervención militar exterior que permitió a los rebeldes imponerse sobre el régimen de Muammar El Gadaffi e incluso acabar con él (Sirte, 20 de octubre de 2011), tuvo consecuencias no sólo dentro de las fronteras de la antigua Jamahiriya. Siendo la Libia de Gadaffi un país rico como productor de hidrocarburos de calidad y estando poco poblado, fue durante años polo de atracción de excedentes de mano de obra de no pocos países, africanos y no africanos. La escasez de población y los caprichos del Líder hicieron que incluso en las Fuerzas Armadas libias hubiera muchos extranjeros sirviendo. Con la desestabilización del régimen gadaffista no pocos inmigrantes sahelianos y no pocos militares sahelianos encuadrados en las fuerzas libias volvieron a sus países agravando la situación de estos.
 
Parte de esos inmigrantes y militares eran de origen Tuareg, volviendo estos últimos al norte de Malí fogueados en el combate y bien armados. En ese convulso otoño de 2011, mientras el mundo festejaba con precipitación acontecimientos como la caída de Gadaffi, las elecciones democráticas en Túnez o Egipto y el creciente acoso contra el Presidente Bashar El Assad en Siria, la inestabilidad se hacía aún más profunda en el convulso Sahel, y en particular en el norte de Malí.
 
En octubre de ese año se creaba el Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA), formado por cuadros Tuareg habituales de las revueltas que periódicamente se venían produciendo en dicha región. El telón de fondo de la aún reciente independencia de Sudán del Sur (9 de julio de 2011) y, sobre todo, el despiste generalizado provocado por las revueltas árabes y el regreso forzado de no pocos elementos Tuareg a un escenario nada idílico les animó a estos a luchar ahora por su propia causa.
 
Sabido es que las Fuerzas Armadas malienses son endebles, pues ello se ha repetido hasta la saciedad en estos últimos meses y muchos al menos han oído que tienen sólo unos 7.000 efectivos. Otra cosa es el estado de estos, pues estamos hablando de cifras que han permanecido estables en los tres o cuatro últimos años. Además, en el norte de Malí dichos efectivos eran poco menos que testimoniales, pues la última paz alcanzada tras la última revuelta de los Tuareg malienses – en 2006 y con mediación argelina – había conllevado en buena medida la desmilitarización del territorio. También hemos de destacar que había – y aún quedan algunos – elementos Tuareg en las filas militares malienses, muchos de los cuales desertaron en cuanto empezó la revuelta, el 17 de enero de 2012, y ello no sólo para no combatir a sus hermanos sino incluso para incorporarse a sus filas.
 
Por todo ello, el MNLA avanzó sin demasiada resistencia en el enorme y complejo territorio septentrional de la República de Malí. No fue un paseo militar, pues en ciertos lugares hubo que combatir, y los agravios acumulados en términos comunitarios llevaron a elementos armados Tuareg a matar a soldados malienses, en combate y también en el marco de represalias. Todo ello debe de conocerse, sobre todo porque cuando en términos de actualidad sabemos del esfuerzo en clave de reconciliación y de unidad que la Comunidad Internacional exige a Malí y a sus ciudadanos hemos de asumir que ello, aunque deseable, no será fácil. La cuestión de los Tuareg es algo pendiente en Malí – como también lo es en el vecino Níger, y en menor medida en Mauritania, Argelia o la Libia post-Gadaffi – y debe de ser considerado en cualquier marco general de arreglo para el país y para la región. Aunque para muchos lo que se busca ahora es volver al “statu quo” anterior a enero de 2012, en realidad este no es el mejor de los posibles y requiere tanto de mejoras profundas como, ahora mismo, de que se evite que con la intervención militar extranjera y la necesaria lucha contra los yihadistas las autoridades de Bamako y las comunidades Tuareg del norte traten de arreglar viejas cuentas en el campo de batalla.
 

El protagonismo de los yihadistas salafistas

 
Hasta ahora sólo hemos hablado del MNLA como fuerza rebelde levantada en el norte de Malí a partir de mediados de enero de 2012. En realidad dichas siglas coexistirían con otros actores, también reflejados en siglas, que estaban contribuyendo cada uno por su lado a hacer intratable la situación.
 
Por orden de aparición en escena hemos de hablar en primer lugar, y así sigue hasta la muy convulsa actualidad, del grupo terrorista Al Qaida en las Tierras del Magreb Islámico (AQMI), franquicia magrebí (y saheliana) de ‘Al Qaida Central’ nacida con dichas siglas a principios de 2007, AQMI, y antes de ella sus predecesoras – el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) y el Grupo Islámico Armado (GIA), sanguinarios grupos terroristas argelinos ambos-, estaban asentadas en el enorme territorio del norte de Malí, que utilizaban no sólo como santuario sino también como campo de batalla.
 
Escisión de AQMI era el Movimiento para la Unicidad del Islam (el Tawhid) y el Yihad en el África Occidental (MUYAO), grupo surgido también en 2011 que tiene en su haber, en perspectiva y como actividades puramente terroristas, dos atentados suicidas en suelo argelino – Tamanrasset y Uargla – y dos secuestros (de tres cooperantes europeos, dos españoles y una italiana, en Tinduf, y de siete diplomáticos argelinos en la localidad maliense de Gao).
 
Escisión del MNLA es Ansar Eddine (Defensores de la Fe), yihadistas salafistas dirigidos por un histórico de las revueltas Tuareg, Iyad Ag Ghali, radicalizado tras su paso como Cónsul de Malí en la ciudad saudí de Yeddah, puerta de acceso a La Meca desde el Mar Rojo. Cabe recordar que Ag Ghali es uno de esos cuadros Tuareg que han trabajado para el régimen de Bamako – fue nada menos que el mediador entre el mismo y los terroristas del GSPC para liberar a los rehenes europeos capturados por este en 2003 -, luego ha sido rebelde, luego tras la paz de 2006 recibió la susodicha prebenda del Consulado y, después, volvió radicalizado en términos yihadistas y pasó de nuevo a combatir a las autoridades centrales pero ya desde la pérfida Ansar Eddine.
 
Estos tres grupos coadyuvaron a la victoria de los Tuareg, y en particular del MNLA, en su ofensiva de principios de 2012 en el norte de Malí, pero en cuanto la situación se asentó, consolidándose la pérdida del control sobre tres cuartas partes del territorio nacional por el Ejército maliense y el MNLA declaró la independencia del Azawad, dichos grupos mostraron sus discrepancias con este y le barrieron del mapa. Sabido es que para los yihadistas salafistas huelga cualquier sentimiento nacional y, por ello, rechazan banderas nacionales, nombres de países y fronteras en términos clásicos. Para ellos la única enseña es la bandera negra con la profesión de fe, y lo de Azawad suena tan mal como Argelia, Jordania o Afganistán, por citar tres estados musulmanes a añadir al proyecto de tal que para algunos es el Azawad de los Tuareg.
 
A raíz de dicho golpe de mano el MNLA no ha hecho sino perder protagonismo e incluso visibilidad en el enorme territorio del norte de Malí bajo control de los radicales. Incluso ha sido en ocasiones objetivo de ataque de sus antiguos compañeros de trinchera. Y la pérdida del control por parte del MNLA de la región cuya conquista él había coadyuvado a alcanzar cristalizó pronto en el control por los otros tres grupos de las tres principales ciudades del norte maliense: la emblemática Tombuctú cayó en manos de AQMI y de Ansar Eddine; Gao, que era la cabecera militar maliense de la región, ha venido estando controlada por el MUYAO; y Kidal, estaba en manos de los Tuareg radicalizados de Ansar Eddine. En estas ciudades y en otras que luego irían cayendo en manos de los yihadistas (Duentza, Léré, etc) las escaramuzas entre dichos grupos eran cotidianas, pero lo esencial era que las poblaciones de todas ellas han tenido que sufrir, durante largos meses, el régimen de terror impuesto por tal ralea.
 
Los terroristas seguían haciendo en esta región lo que llevaban desde años atrás haciendo en ella, establecer un santuario en términos generales, entrenarse ellos y sus “invitados” foráneos, recibir a individuos de su perfil con los que han venido estableciendo vínculos cada vez más evidentes (el nigeriano Boko Haram, por ejemplo), gestionando sus negocios y coaccionando y asesinando. Sabido es el aprovechamiento por parte de los terroristas – desde el GIA hasta AQMI pasando por el GSPC y por otros grupos sobrevenidos como el MUYAO y Ansar Eddine – de los tráficos ilícitos que proliferan desde antiguo en la región (de seres humanos, de drogas, de armas, de marfil, de vehículos, de dinero sucio, de diamantes, de tabaco, de documentación falsificada, etc) y de su actividad a todas luces más lucrativa: los secuestros de extranjeros, preferentemente occidentales pues el resto para estos individuos no valen nada.
 
Desde que en 2003 el entonces GSPC secuestró a 32 turistas de diversas nacionalidades – y Ag Ghali medió para la liberación de parte de ellos pues un grupo fue liberado por el Ejército argelino - hasta la actualidad, la industria del secuestro no hecho sino hacerse más provocadora en toda la región del Magreb y del Sahel. Extranjeros han sido secuestrados en Mauritania, en Argelia, en Túnez, en Malí, en Níger y en Nigeria, y el mercadeo con sus vidas ha permitido, cuando no han sido asesinados, tanto a AQMI como al MUYAO obtener jugosos rescates y, en ocasiones, la liberación de presos yihadistas dentro o fuera de la región.
 
La progresiva toma de conciencia por parte de la Comunidad Internacional y la respuesta armada a la provocación yihadista
 
Siendo Francia por motivos obvios el Estado que más pronto y de forma más sostenida ha encendido las alarmas respecto al deterioro de la situación en el Sahel, en general, y en Malí en particular, no hay mejor forma de hacer el seguimiento de la progresiva toma de conciencia de la gravedad de la amenaza por parte de la Comunidad Internacional que a través de las Resoluciones aprobadas por el Consejo de Seguridad de la ONU. Este debe ser el hilo conductor, complementándolo con la dinámica propia del Estado maliense y de la organización subregional a la que este pertenece: la Comunidad de Estados de África Occidental (CEDEAO). Centrándonos en dos de las tres Resoluciones aprobadas en 2012 sobre este conflicto, y que han sido las que han impulsado los trabajos para preparar una intervención militar exterior, destacaremos que fueron aprobadas por unanimidad y bajo el Capítulo VII de la Carta, es decir, el que titulado “Acción en caso de amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión” incluye el famoso artículo 51 y, en suma, la posibilidad del recurso al uso de la fuerza. Estas son la Resolución 2071, aprobada por unanimidad el 12 de octubre de 2012, y la 2085, aprobada también por unanimidad el 20 de diciembre de 2012.
 
El año 2012 terminaba con unos yihadistas salafistas envalentonados y una Comunidad Internacional sumida en farragosas negociaciones – sobre la base de ambas Resoluciones - que alimentaban el espíritu guerrero y las ambiciones de aquellos. En los primeros días de enero elementos de los tres grupos terroristas – AQMI, MUYAO y Ansar Eddine – concentraban fuerzas y emprendían su avance hacia el sur. Ocupando como ocupaban tres cuartas partes del país y tomando estas medidas iniciales – que conllevaron el asedio de la población de Konna y su posterior captura – se hacía evidente que sus ambiciones estaban ya desbordadas y que podían estar planteándose la ocupación a sangre y fuego de todo el país, incluyendo la capital, Bamako.
 
Ante esta situación el Presidente Dionounda Traoré pidió ayuda tanto al Consejo de Seguridad como a su principal interlocutor en este, Francia, por carta de 9 de enero de 2013, su homólogo el Presidente François Hollande daba la orden de intervenir y, de inmediato, el Consejo de Seguridad en sesión de urgencia avalaba su decisión. Cazas Mirage y Rafale y helicópteros de combate realizaron los primeros golpes frenando en seco a las columnas de vehículos que avanzaban rápidamente hacia el sureste. Acudieron en ayuda, con unidades de operaciones especiales francesas en tierra (básicamente paracaidistas pero también infantes de Marina y legionarios), de las tropas malienses empeñadas en dar respuesta a los terroristas en Konna, y desbrozaron el camino tanto para la puesta en marcha del despliegue terrestre francés (transporte blindado de personal, carros de combate y artillería), como para el obligado reforzamiento de las Fuerzas Armadas malienses y, finalmente, la aceleración de los trabajos para adelantar el despliegue de la comprometida fuerza africana.
 
En sus primeros momentos la intervención francesa puso de manifiesto que no iba a limitarse a frenar el avance yihadista sino que iba a acometer, como de hecho era necesario desde tiempo atrás, un esfuerzo amplio llamado a diezmar los medios humanos y materiales de unos yihadistas que habían gozado de largos meses de tranquilidad para reforzarlos en toda su zona de influencia. De ahí que los bombardeos rápidamente se ampliaran a localidades como Gao, Kidal, Douentza, etc. En paralelo se está produciendo el despliegue militar francés en dirección norte, es decir, lo que en un principio nadie había podido prever pero que la ampliación de la amenaza había obligado a aplicar: el despliegue terrestre de militares occidentales y, además, penetrando en el santuario terrorista.
 
Evidentemente, y como era previsible en cualquier caso, el ataque francés en sí y sobre todo el despliegue terrestre pronto comenzó a despertar comentarios críticos y a producir análisis volcados en acusaciones de injerencia. Como además AQMI no permaneció de brazos cruzados y empezó a jugar – como también era previsible – con amenazar a los rehenes occidentales en sus manos e, incluso, a tomar otros nuevos con su atrevida operación en In Amenas, en suelo argelino el 16 de enero, algunos despistados y otros malintencionados pretenden mostrar que el agravamiento de la situación es culpa principalmente de Occidente, y particularmente de Francia. Según su nefasto análisis, a los terroristas hay que dejarles tranquilos y no provocarles, no hay que despertar su ira, y, por supuesto, sus exacciones mientras dura esa “tranquilidad” y el hecho de que se hagan con casi todo un país e impongan su nefastas reglas en él es algo asumible.
 

A modo de conclusión: lecciones de la “respuesta” terrorista en In Amenas

 
A pesar del reforzamiento desde hace meses de los medios argelinos, tanto militares (Ejército) como policiales (Gendarmería Nacional y Aduanas), en su sur profundo, los terroristas han sido capaces de golpear de forma espectacular en uno de los puntos más sensibles del Estado argelino: infraestructuras energéticas en las que trabajan múltiples operarios extranjeros y nacionales, y que se suponen bien protegidas. El que el ataque lo haya realizado el grupo del famoso Mokhtar Ben Mokhtar es aún más esclarecedor y todo ello nos permite extraer no pocas conclusiones que serán útiles para los tiempos de confusión aún por venir.
 
El ataque en Argelia nos hace volver en cierta medida a la parrilla de salida. El grueso de mandos y de operativos de AQMI y del MUYAO son argelinos que en su día pertenecieron al GSPC o al GIA (Mokhtar era un cuadro del sanguinario GIA en los terribles noventa y conviene no olvidarlo), y aunque Argelia hizo un gran esfuerzo para vencer a dichos terroristas – durante años casi en solitario, lamentablemente incomprendido por buena parte del resto del mundo – no los derrotó del todo y ello se nota.
 
Quienes han venido alimentando la tesis de que AQMI se había pasado al bandidismo abandonando el selecto terrorismo yihadista, supuestamente más interesado en el dinero de los rescates que en el Yihad guerrero, tendrán que reconsiderar y mucho sus planteamientos. Más aún tendrán que hacerlo quienes venían diciendo que Mokhtar era un bandido – recordando su antiguo alias de “Mister Marlboro” – y que, por ello, con él se podían incluso negociar acuerdos creíbles.
 
También tendrán que reconsiderar sus análisis quienes venían igualmente poco menos que ridiculizando los análisis que alertaban sobre la fortaleza del terrorismo en el Sahel, y particularmente en el Sahel Occidental. AQMI, el MUYAO y Ansar Eddine son no solo gentes muy radicalizadas y por ello muy motivadas, sino también gentes bien encuadradas y bien dotadas de material militar – en buena medida gracias a la precipitación de los acontecimientos en Libia ayudando irresponsablemente a derrocar a Gadaffi – que saben usarlo y que no huyen despavoridos ante el primer obstáculo.
 
La referencia al MUYAO y a Ansar Eddine, e incluso al propio AQMI, nos invita a poner de nuevo en evidencia a no pocas teorías conspiratorias y también a no pocas visiones ingenuas. Las teorías conspiratorias tanto sobre la mano oculta detrás de AQMI (argelina) como sobre la mano oculta detrás del MUYAO (marroquí) sirven para generar confusión, y el buenismo hacia Ansar Eddine (argelino pero contagiado también a analistas y decisores de dentro y de fuera de la región) también ha servido para dar a este cruel grupo una credibilidad que no merece.
 
En medio de este caos y cuando las operaciones militares emprendidas implicarán la aceleración de no pocos acontecimientos vamos a encontrarnos en medio de una creciente ceremonia de confusión, y de lo que ahora se haga dependerá el escenario futuro en el país y en la región. Las Resoluciones del Consejo de Seguridad y la infinidad de análisis realizados en los meses precedentes han insistido en las complejidades del Estado y de la sociedad malienses, en la cuestión Tuareg y en sus múltiples siglas y en años de perversa influencia terrorista en el enorme norte de Malí. Todo ello sin olvidar el telón de fondo preexistente a la llegada de los terroristas y de los predicadores radicales a partir de mediados de los noventa (telón definido por el solapamiento de problemas como la tensión entre los Tuareg y el aparato de Bamako, los tráficos ilícitos que generan violencia y corrupción, la progresiva depauperación de los agricultores por la sequía y por el proteccionismo y las sucesivas hambrunas).
 
Siendo las siglas del MNLA – y de otras surgidas de su seno que tampoco son yihadistas, como el Frente Popular del Azawad (FPL), y que muestran que también en este hay confusión - reflejo de una insatisfacción atávica entre la comunidad de los Tuareg, pero también la herramienta que emprendió la lamentable ofensiva de enero de 2012, ahora va a ser difícil evitar que en el marco de la operación militar en marcha, y sobre todo en alguna de sus siguientes fases, las rencillas intra-malienses no salgan a la luz en el campo de batalla. Las siglas del MNLA están consideradas como aceptables a la hora de buscar interlocutores para una negociación, y así lo han venido defendiendo Argelia, Burkina Faso o la propia ONU. Elementos del MNLA podrán incorporarse o no al esfuerzo militar en marcha, y combatir a sus antiguos compañeros de trinchera cuando todos juntos expulsaron a los militares malienses del norte. Pero también hay que recordar que años de interrelación de los terroristas con las comunidades Tuareg – incluyendo la celebración de matrimonios de conveniencia y otras alianzas de intereses – han generado vínculos difíciles de romper. Y también está la existencia de Ansar Eddine, liderado por un caudillo clásico que se radicalizó, Iyad Ag Ghali, y que tiene vínculos fuertes en la cúspide de la poderosa tribu de los Ifoghas. Lo que queremos decir aquí es que ni hay que idealizar a los Tuareg como comunidad, como hacen muchos occidentales, ni hay que contribuir a alimentar con la intervención rencillas que vienen de muy atrás. Hay que ser extremadamente cautos sabiendo que las amenazas que afrontamos no sólo están alimentadas por el radicalismo terrorista sino también por agravios históricos entre comunidades que, en ningún caso, son los que han provocado la intervención y que, en consecuencia, no son situaciones que debamos de arreglar.
 
Como conclusión, la intervención debería de servir no tanto para debilitar o para expulsar a los terroristas del norte de Malí (su los ahuyentamos a Níger, al sur de Argelia o de Libia o al sureste de Mauritania no haremos sino trasladar la amenaza de sitio) sino para vencerles. No sería de recibo emprender tal esfuerzo nacional (francés) y multinacional (en ciernes) después de tantos años de impunidad terrorista nada más que para poner un parche. Restaurar la seguridad y la estabilidad mínima es lo prioritario, y condicionarla a un arreglo de los agravios históricos en clave nacional y regional cuando dicha seguridad y estabilidad se recuperen debería de formar también parte del esfuerzo. Tenemos que aprender de una vez las lecciones del Afganistán post-soviético a partir de 1989: se venció a los soviéticos y estos se marcharon derrotados, pero quienes se quedaron garantizaron la perduración e incluso el agravamiento del conflicto. En el norte de Malí corremos el riesgo – si no hay una buena planificación - de no vencer sino sólo de debilitar al enemigo, y de marcharnos dejando sobre el terreno la semilla de futuros conflictos.