Al Qaeda, la izquierda y la muerte de Ben Laden

por Emilio Campmany, 5 de mayo de 2011

(Publicado en el Suplemento Exteriores de Libertad Digital, 3 de mayo de 2011)
 
Son muchos los analistas que han destacado la relativa irrelevancia que tiene la muerte de Osama ben Laden. Tienen razón. El fallecimiento del terrorista no garantiza que no vaya a haber más atentados fundamentalistas. Lo más probable es que las redes de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y en la Península Arábiga (AQPA) hayan quedado intactas, por operar con independencia de su supuesto creador.
 
Por poner un ejemplo de lo anterior: puede afirmarse con casi total seguridad que del reciente atentado en Marraquech, Osama ben Laden se enteró por la prensa. Esto quiere decir, sobre todo, que el terrorismo islámico continuará golpeando. Pero eso no significa que la muerte de Ben Laden sea irrelevante. Su importancia es extraordinaria desde muchos puntos de vista. Veamos algunos de ellos.
 
Las relaciones pakistano-estadounidenses
 
Osama ben Laden estaba escondido en Pakistán. No sólo eso, sino que todo parece indicar que los servicios secretos pakistaníes (el temido Inter-Services Intelligence, ISI) han tenido muy poco que ver con la localización del líder de Al Qaeda. El ISI tiene una larga historia de relaciones con terroristas islámicos, a los que ha empleado profusamente en su guerra fría contra la India por la posesión de Cachemira. Sin ir más lejos, el ISI –o algunos de sus agentes– ha sido acusado de ayudar a los terroristas que perpetraron el ataque de noviembre de 2008 en Bombay. Desde entonces, Pakistán está llevando a cabo un importante esfuerzo por deshacer los lazos de sus servicios secretos con talibanes y demás extremistas islámicos. Asif Alí Zardari, viudo de Benazir Bhuto y actual presidente de Pakistán, está empeñado en una política de buenas relaciones con Estados Unidos, sobre todo en lo relacionado en la guerra que éstos están librando contra el terrorismo islámico. Pero Zardari no sólo no ha logrado que sus funcionarios y militares controlen todo el territorio de su propio país –hay regiones, dominadas por clanes y tribus, donde los talibanes encuentran fácil escondite–, tampoco ha conseguido limpiar de fundamentalistas ni los servicios secretos ni las fuerzas de seguridad.
 
En estas condiciones, aunque es seguro que las fuerzas especiales norteamericanas que han llevado a cabo el ataque contaban con alguna clase de autorización de las autoridades pakistaníes, no sería sorprendente que en el seno de las FFAA del país asiático hubiera causado indignación el que los pakistaníes no hayan siquiera colaborado en la operación. Muy probablemente la CIA habrá impedido que la información se compartiera con los pakistaníes, para evitar su filtración al objetivo, que contaría con muchos simpatizantes en la jerarquía de la seguridad pakistaní.
 
Zardari y Obama quieren llevarse bien. El primero está convencido de que si se muestra realmente útil a los norteamericanos en su guerra contra el terrorismo islámico, Washington sabrá agradecérselo presionando a la India en su conflicto con Cachemira, ahora que Nueva Delhi no tiene la protección que en su día tuvo de la vieja Unión Soviética y anda seriamente enfrentada con la China de Hu Jintao. Pero no es seguro que sus subordinados en el Ejército y el ISI vean las cosas de la misma manera y no consideren esta operación como una afrenta.
 
Una cabeza para Al Qaeda
 
Está claro que Osama ben Laden había renunciado en los últimos tiempos a dirigir la organización terrorista por él creada. Su objetivo táctico era sobrevivir. No era de escaso valor el logro. Ben Laden era un gran estratega, muy incomprendido entre los suyos, que supo darse cuenta de que su supervivencia a los intentos norteamericanos de matarle era de por sí un gran logro táctico. Por eso puso por encima de todo su protección, lo cual le obligó a carecer de medios de comunicación en su escondite. No podía comunicarse fácilmente con el exterior, lo que le forzó a renunciar a la dirección de sus hombres; pero a cambio sobrevivía, y su mera existencia era una demostración diaria del fracaso de los norteamericanos en su guerra contra el terrorismo islámico.
 
Ahora, alguien habrá de sucederle. Sea Aymán al Zauahiri quien lo haga o cualquier otro, cabe la posibilidad de que el nuevo líder se proponga dirigir, en la medida de lo posible, las acciones de la organización. Dentro del generalato del terrorismo islámico siempre se creyó que el esquema estratégico correcto era combatir primero al enemigo cercano, los gobernantes apóstatas de los países islámicos, para, una vez derrocados éstos y creado el gran califato, enfrentarse al enemigo lejano, los países occidentales. Ben Laden consideraba erróneo ese planteamiento. Nunca serían capaces de derrocar a los Gobiernos apóstatas por la sencilla razón de que estaban protegidos por Occidente. Según él, el correcto esquema estratégico era golpear primero a Occidente para que se desentendiera de los países musulmanes y luego, una vez los regímenes apóstatas hubieran sido abandonados a su suerte, dirigirse contra ellos, levantar el califato e ir a por Occidente. Según el saudí, lo primero que había que hacer era lograr que Occidente dejara de apoyar a los esbirros que tenía colocados al frente de casi todos los países musulmanes. Por eso los atentados de Al Qaeda siempre estuvieron dirigidos directamente contra los países occidentales.
 
Cuando la preservación de su propia seguridad le obligó a abandonar la dirección de las operaciones, el terrorismo islámico, descabezado, volvió a donde solía, a golpear dentro de los propios países musulmanes, al objeto de derrocar a sus gobernantes y de conseguir el acceso fundamentalista al poder, algo que se les figura más factible.
 
Si un lugarteniente de Ben Laden lograra sucederle al frente de Al Qaeda y retomar las riendas de la organización, lo más probable es que provocara un retorno a las estrategias del saudí. Otra cosa es que operacionalmente el islamismo extremista esté en condiciones de perpetrar atentados lo suficientemente espectaculares. Lo lógico es esperar que, quien le suceda, lo intente.
 
Contradicciones de la izquierda
 
La izquierda norteamericana, y no digamos ya la europea, ha estado mesándose los cabellos y rasgándose las vestiduras con Guantánamo prácticamente desde que se creó. El hecho de que Obama sea ahora el inquilino de la Casa Blanca apaciguó el griterío, pero ahora que es evidente que el demócrata hace, con respecto a tal prisión, exactamente lo mismo que hizo el republicano George W. Bush, ya no saben bien a qué atenerse.
 
El caso es que esta izquierda siempre creyó que los apresados por las fuerzas norteamericanas en el ámbito de la guerra contra el terrorismo islámico debían ser tratados como criminales normales, sobre todo en lo relacionado con la protección de sus derechos. Por eso critican a los Estados Unidos por no enjuiciarlos con leyes civiles, y los acusan de no aportar pruebas incriminatorias suficientes, así como de tener prisioneras en el penal cubano a personas que no han cometido atentado alguno (aunque se estaban entrenando para cometerlos).
 
Por alguna razón inexplicable, esta izquierda nunca ha bramado contra las acciones dirigidas directamente a matar terroristas. De hecho, tampoco ha dicho nada, hasta ahora, contra esta operación encaminada a matar a Ben Laden. Si estos terroristas no son más que criminales, las operaciones que los Estados Unidos han llevado a cabo contra ellos, en especial la dirigida contra Ben Laden, son completamente ilegales.
 
La cuestión es que Estados Unidos considera a estos terroristas combatientes ilegales, y les aplica el derecho y las leyes de la guerra. Algunas de las cosas que se han hecho en Guantánamo son, conforme a ese derecho, ilegales, y otras, discutibles. Esas cosas, los norteamericanos, a través del Congreso y de la Corte Suprema, las han ido corrigiendo. Lo que no es de recibo es pretender aplicar el Código Penal a unos, los que son hechos prisioneros, y las leyes de la guerra a otros, los que son directamente muertos, o asesinados, debiera decir la izquierda... si tuviera una mínima coherencia en sus planteamientos.
 
Veremos si la muerte de Ben Laden centra sus planteamientos y podemos, al fin, discutir del asunto en serio.