Afganistán hacia una estrategia de salida

por Joseph Stove, 31 de mayo de 2010

 

El último mes -por adoptar alguna referencia temporal-, ha sido vertiginoso para Europa. Sólo unos meses después de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, el sueño europeo parece desvanecerse. Se intenta confinar la crisis de las denominadas “deudas soberanas” al campo financiero pero, en realidad, se trata de una crisis política en toda su extensión. Sobre sus causas podría articularse una extensa relación de causas y motivos, pero lo que revestirá más gravedad serán sus consecuencias y, para ello, parece conveniente contemplar sus aspectos geopolíticos.
 
Puede que sea un capricho del destino que, precisamente, en estos días se publique el informe del equipo de Madelaine Albright sobre el nuevo Concepto Estratégico de la OTAN. El porqué del capricho del destino es que las dificultades financieras serán un factor decisivo tanto para los presupuestos de Defensa nacionales como para el propio de la Alianza y, por lo tanto, para su futuro.
 
1. Una nueva arquitectura estratégica
 
Otro capricho puede ser que la transición hacia una nueva arquitectura de seguridad mundial -que sustituya a la nacida de la derrota alemana y japonesa de 1945- sea lo que estamos viviendo en estos momentos, en plena guerra de Afganistán. Los dos pilares básicos de la arquitectura de seguridad de los últimos sesenta años han sido la OTAN con Alemania, y la alianza de USA con Japón. Ambos pilares fueron exitosos durante este tiempo, pero los síntomas de agotamiento de ese esquema son evidentes.
 
Los países que sostienen esos pilares presentan dos síntomas, interconectados, de una dolencia que puede resultar a medio plazo letal. El envejecimiento de las poblaciones en Europa y Japón es una de las causas de la “deudas soberana”, que es la otra dolencia, y de que los presupuestos de defensa hayan entrado en declive, entre la indiferencia o aplauso de gran parte de la población. Ambos ámbitos geográficos, europeos y japoneses, se han convertido en “military hollows”. En Estados Unidos la situación -aunque es más favorable si atendemos a factores tales como su potencial de crecimiento, una población más joven, mercado laboral más flexible, etc.-, presenta ya los mismos síntomas de la enfermedad en forma de déficit, infraestructura nacional obsoleta, resistencia a los impuestos, etc. A ello hay que añadir el debate de la sociedad americana de acercarse a un modelo social más europeo, más decadente, o mantenerse en la línea marcada por los padres fundadores”.
 
Esta situación de cambio se vive cuando la guerra de Afganistán está en pleno auge, y la capacidad nuclear iraní y la agresividad norcoreana son  una realidad. El peso de la contienda en el pivote de la zona del “Gran Juego” lo soportan Estados Unidos, apoyado principalmente, por Londres.  Aunque, nominalmente, es la OTAN a la que se le asigna nominalmente la dirección de las operaciones, es de sobra conocido que son los Estado Unidos quienes diseñan la estrategia e invierten en sangre, botas y tesoro.
La crisis económica que afecta al Reino Unido determinará, a más corto que a medio plazo, su protagonismo en el conflicto afgano. El asunto no ha sido moneda de cambio en las pasadas elecciones -aspecto en absoluto descartable a corto plazo en otros países europeos aliados-, pero el nuevo gobierno de Cameron tendrá que ajustar su protagonismo internacional con sus posibilidades económicas. La visita a Washington de William Hague -nuevo Secretario del Foreing Office-, sin que siquiera llevase 48 horas en el cargo, revela la prioridad de Londres por el vínculo trasatlántico, no muy apreciado por las huestes obamitas, y del principal negocio que se trae en este momento entre manos: el caso afgano. La posición de Londres será una referencia para los aliados europeos divididos entre el atlantismo y una concepción continental.
 
Estados Unidos tiene plena conciencia de que sus problemas financieros afectan al modelo internacional de seguridad. La capacidad americana para mantener prolongadas empresas bélicas, con propósitos tales como nation building  o regional transformation se verá mermada y mucho más el apoyo que podrá recibir de los aliados. El Secretario de estado Robert Gates ha sido muy claro en este sentido: “Es improbable que USA, en un futuro previsible, repita misiones de la envergadura de Irak o Afganistán, lo que entraña cambio de régimen seguido de nation building bajo el fuego”, la nueva actuación estratégica va a ser aquello de “ayudar a otros a defenderse a si mismos”. En otros términos, Gates viene a decir que hay lujos que ya no se pueden permitir. Es más que probable que este nuevo punto de vista tenga un impacto directo en Afganistán, porque llevará a redefinir la finalidad estratégica de la actuación aliada y eso es como cambiar de sentido a mitad de la carrera.
 
2. Afganistán
 
Hablar de un replanteamiento de la finalidad estratégica en Afganistán puede parecer a estas alturas un poco duro pero, en realidad, esta nunca ha sido establecida con claridad y, debido a ello, los objetivos finales han sido siempre cambiantes. Las acciones en Afganistán responden a una mutación estratégica desde que empezó: prioritaria con los ataques del 11-S; se convirtió en un escenario secundario durante los años álgidos del conflicto iraquí; y después de ser objeto de campaña electoral americana de 2008, volvió a adquirir preponderancia con una finalidad de “nation building”. Se ha habilitado una estrategia militar pero: ¿a qué esquema de Gran Estrategia sirve?
 
La gran cuestión es: ¿siguen vigentes en 2010, y beyond, los objetivos estratégicos que provocaron la intervención militar en Afganistán de octubre de 2001 en 2010?, a saber: negar un santuario a AlQeda y evitar la desestabilización de Pakistán. Fácilmente podría optarse por la respuesta afirmativa pero a partir de ahí habría que entrar en consideraciones más prosaicas tales como quienes son los talibanes o a que población hay que proteger, que estado hay que construir, que estándares de corrupción no pueden tolerarse y un largo etcétera y sobre todo quienes tienen que protegerse a sí mismos.
 
Una vez que el “surge” americano en Afganistán está casi completado, los resultados de la actuación militar en Kandahar, unidos a los de Helmand podrán servir de indicador de la relación coste-beneficio y determinar el diseño de futuras actuaciones. El desempeño en general de las fuerzas aliadas ha sido sobresaliente: no se han ahorrado ni imaginación ni sacrificios, pero ahí no está el problema. Argelia se perdió en los Campos Eliseos, y Vietnam en el National Mall de Washington y en los campus universitarios norteamericanos: Afganistán puede correr la misma suerte. Así que a formación del Ejército y de las Fuerzas de Seguridad afganas es un reto y, a la vez, una disculpa para la salida.
 
Los contactos en Maldivas entre miembros del gobierno de Kabul y representantes de los talibán abren una vía tan original como incierta. La convocatoria de una jirga para intentar integrar a los rebeldes es una apuesta arriesgada, puede representar el abandono del proceso democrático ya muy deteriorado después de las elecciones de agosto de 2009. La captación de personas susceptibles de engrosar a los talibán y otros grupos puede simplemente revertir el proceso mediante su implosión al integrar opositores al régimen.
 
Siguiendo el concepto Gates, la actual estrategia militar de contrainsugencia (COIN) tendrá que mutar a una mayor preponderancia del security force assistant, una vuelta en Afganistán a la segunda etapa de los “consejeros” en Vietnam, que acabó cuando el ejército de Ho Chi Minh le cambió el nombre a Saigón. En estas circunstancias, la cuestión a resolver es como compatibilizar la aplicación de poder blando, en forma de reconstrucción, en un escenario de dudosa permisividad en seguridad, algo así como la cuadratura del círculo.
 
3. La ecuación paquistaní
 
Otro de los aspectos a adaptar es la integración de un verdadero escenario AfPak. Cuando se acerca el aniversario de la ofensiva pakistaní para detener el avance talibán en el valle del Swat, puede hacerse un balance de las operaciones que apunta a ganancias tácticas y al casi fracaso estratégico. La injerencia USA en el diseño estratégico de estas operaciones puede que no sea lo más adecuado. Washington está actuando de manera reactiva, como lo demuestran los rumores de presión a Islamabad, después del incidente de Times Square, para que actúe contra los reductos talibanes en North Waziristan. Un problema tan complejo no puede tratarse a base de reacciones a incidentes concretos.
 
Aparentemente no se presta gran atención a las consecuencias de las operaciones COIN pakistaníes en su propio territorio. Esas sí que constituyen operaciones de contrainsurgencia en sentido propio, son llevadas a cabo por unas fuerzas armadas contra parte de su propia población, es una guerra civil donde los insurgentes emplean procedimientos irregulares. En estas circunstancias la “teoría expedicionaria” COIN en vigor, al menos en sus aspectos superiores al plano táctico, es menos consistente.
 
Los desplazamientos de población configuran una situación de cambio constante. La ofensiva gubernamental en el Swat ha asolado la base de su economía, la agraria, la población teme a los talibán pero desconfía del gobierno y del ejército. El problema está servido y una actuación más proactiva del ejército pakistaní, por ejemplo en Waziristán, puede alterar peligrosamente la cohesión del estado creado en 1947.
 
En este escenario no es realista el establecimiento de una finalidad estratégica exclusiva para Afganistán, es necesario identificar una integral para una amplia zona que abarque a afganos, pakistaníes y a las repúblicas centroasiáticas fronterizas y ver el efecto en el conjunto para que la actuación en una de ellas impida un efecto dominó. Algo así como la “estrategia de los tanes”, donde habrá que tener en cuenta a los que, a corto plazo, se convertirán en actores principales: China, Rusia e India.
 
4. Gran Estrategia Afgana
 
La base de la nueva estrategia para Afganistán, enmarcada dentro de una Gran Estrategia, debe de conformarse partiendo de la conciencia que nos encaminamos hacia un repliegue del protagonismo de Occidente; no se trata de adoptar a Spengler, se trata del ejercicio de puro realismo. En los primeros años del siglo XXI Europa y USA están dando muestras de senilidad. En el caso del viejo continente el parte médico incluye la práctica a ultranza, de prestaciones sociales desde la cuna a la tumba, retiro prematuro, sindicalismo institucional, ecologismo radical y enfermizo pacifismo (diplomacia blanda) y, para colmo, la deriva le ha llevado a crear la eurozona. En Estados Unidos, el Imperial Hubris, como definió el veterano agente de la CIA Michael Scheuer, ha llevado a los políticos de Washington a pensar que el crecimiento económico era indefinido, que el pago de los créditos podría demorarse indefinidamente y que la democracia podía imponerse -parodiando a Mao- desde “la boca de un cañón”. La decadencia de la sociedad occidental debe ser admitida como prerrequisito de cualquier formulación estratégica.
 
Lo que está en juego en Asia Central son los fundamentos de un nuevo orden mundial. Eso merece que un liderazgo responsable dedique su intelecto y voluntad a diseñar el estado final de la arquitectura de seguridad mundial y buscar acodo en él. La era Atlántica ha pasado, el vínculo trasatlántico sigue siendo necesario, eso implica el liderazgo de Estados Unidos. ¿Mahan o Mckinder? Ese es el reto.
 
Sin duda, las legiones en Afganistán cumplirán con su deber, pero no las condenemos a que con sus huesos blanqueados pavimenten el camino de retirada de un objetivo político imposible.