¿A dónde va la defensa europea?

por GEES, 9 de diciembre de 2003

Desde finales del verano, Londres, Paris y Berlín han venido preparando un acuerdo secreto sobre cómo hacer avanzar la política europea de seguridad y defensa (PESD). Han ido dejando entrever alguno de sus puntos -una célula independiente de planificación estratégica y de operaciones, por ejemplo-, pero su empeño en esconder lo que es una apuesta claramente a tres, suerte de “trirectorio” europeo, unido a las ambigüedades británicas, con un Londres indeciso sobre sus compromisos atlánticos y permanentemente tentado por Europa, han llevado a que su proyecto de cooperación estructurada en materia de defensa suscite grandes dudas entre los socios europeos.
 
Este mismo lunes, por ejemplo, los cuatro países “neutrales” de la UE (Austria, Finlandia, Suecia e Irlanda) han rechazado incluir en el texto de la Constitución europea una cláusula de defensa mutua, tal y como pretendían los tres, y que implica la necesidad de prestar ayuda militar de manera automática en caso de que un miembro de la UE sea atacado. Esta cláusula no es una novedad, ya la tiene de manera flexible la Alianza Atlántica, en su artículo 5º del Tratado fundacional, y la tuvo la Unión Europea Occidental mientras existió.
 
La revuelta de los neutrales y el resquemor de todos los otros que no son los tres grandes se explica por muchos factores. Lo primero que hay que tener en cuenta es que la famosa PESD, aunque se autodenomine política de seguridad y defensa, poco tiene que ver con la defensa. En su planteamiento tiene mucho más que ver con la gestión de crisis y la ayuda humanitaria que con la defensa mutua. De hecho, su objetivo es poder desarrollar las llamadas tareas Petersberg, que cuanto más intentan imponer la paz de manera coercitiva. La PESD partió en 1999 con el escenario estratégico de los 90, esto es, el apoyo a la paz en pueblos y naciones desgarrados por conflictos civiles y desde entonces ha seguido con ese objetivo en la cabeza. Loable, pero a todas luces insuficiente ahora que todos los servicios de inteligencia avisan de la posibilidad de un nuevo 11-S o la mayoría de países miembros o candidatos a la OTAN despliegan tropas en Irak.
 
En segundo lugar, con esta orientación estratégica de “cascos azules robustos”, los requerimientos exigidos en términos de material por la PESD resultan crecientemente competitivos con las exigencias de las defensas nacionales de los estados miembros de la UE y con los requerimientos de las operaciones más probables en el futuro inmediato. Precisamente operar en nuevos ambientes y escenarios, como Irak, bajo los supuestos de que se trata de una Bosnia más alejada y sin nieve es la mejor receta para la catástrofe. La seguridad colectiva exige en la actualidad estar preparados material y humanamente para realizar operaciones de combate. Ya no quedan apenas ambientes benignos o permisivos, salvo las situaciones heredadas de los 90, sino que son y serán cada vez más hostiles.
 
Es verdad que en los últimos meses la UE ha realizado, bajo la dirección de Javier Solana una importante reflexión sobre las amenazas a las que se enfrenta y los medios apropiados para salvaguardad la paz y la seguridad internacional. Su resultado será la aprobación de su concepto estratégico en la próxima cumbre de Bruselas. No obstante, lo que la falta a la UE no son precisamente documentos o declaraciones, sino instrumentos y capacidades bélicas. Compromisos y promesas para mejorar la realidad se han venido solapando incesantemente desde la reactivación de la UEO en 1984 sin apenas efecto perceptible. Podría tenerse más fe en estos momentos, pero las tendencias de los presupuestos de defensa y, más todavía, de sus partidas de adquisiciones dejan lugar para pocas dudas: la retórica sigue primando con mucho sobre la realidad de las cosas.
 
En suma, la PESD no es una política de defensa porque nadie así lo quiso cuando su nacimiento. Segundo, nadie quiere hacerla ahora una política comunitaria, sino que todos los miembros de la UE la prefieren tal y como es, una cooperación intergubernamental. Tercero, por mucho que se pueda llegar a decir y prometer, la métrica de su evolución no está en función de las palabras, sino de los presupuestos de defensa, cuánto se gasta y en qué se gasta. Y en este punto, pocos cambios se anuncian.