59 años de odio

por Salim Mansur, 6 de junio de 2007

(Publicado en Western Standard.ca, 21 de mayo de 2007)

Lo que funciona es que las partes en conflicto descubran el significado y los beneficios del raciocinio. Depende de los árabes palestinos demostrar su capacidad de ser razonables después de haber demostrado ampliamente su capacidad para la autodestrucción.
 
Hace 59 años, el 14 de mayo de 1948, David Ben-Gurión leía la declaración de independencia que proclamaba el establecimiento de Israel con pocas muestras de alegría entre aquellos congregados esa tarde en el Museo Tel Aviv. Ben-Gurión insistió, 'no siento ninguna alegría en mi, solamente profunda inquietud, al igual que el 29 de noviembre [de 1947, fecha de la resolución de la ONU para la partición de Palestina] cuando era como una plañidera en el banquete'.
 
Casi 2000 años después de que los romanos destruyesen el templo judío de Jerusalén y dispersasen a los judíos de su patria, el renacimiento de Israel ofrecía una tenue esperanza a un pueblo que apenas sobrevivió a la solución final de la Alemania Nazi para la comunidad judía europea. Si Israel hubiera nacido 10 años antes, una gran cantidad de aquellos judíos que perecieron en el Holocausto habría sobrevivido. Si Israel hubiera sido fundado antes de que Hitler hubiera lanzado su guerra en septiembre de 1939, la historia de la región seguramente habría sido muy distinta, y 'el momento de Gran Bretaña en Oriente Medio' (la expresión pertenece a la historiadora Elizabeth Monroe) podría haberse aproximado eventualmente a un final sin la humillación y la dureza de 1956.
 
Gran Bretaña buscaba apaciguar a los árabes. En lugar de presentar el estado judío que Gran Bretaña prometió, abriendo Palestina a una patria judía según lo fijado en la Declaración de Balfour de noviembre de 1917, Londres imponía restricciones a la emigración judía a Palestina en mayo de 1939, precisamente cuando se necesitaba de manera acuciante lo contrario. El apaciguamiento fracasó en Europa y fracasó en Oriente Medio, conforme los aliados árabes de Gran Bretaña iban siendo derrocados por la oleada nacionalista anti-colonial en la región, en Egipto (1952), en Irak (1958), o confinados (en Jordania).
 
Para la generación de Ben-Gurión, era cuestión de tiempo que sucediera algo malo. Dos milenios de antisemitismo europeo culminaron en una guerra de exterminio de los judíos, y en la hora de su mayor necesidad de supervivencia como pueblo, los judíos se encontraron abandonados. Aunque ligeramente, la partición de Palestina ofrecía la posibilidad de que los judíos adquirieran la independencia, convirtiéndose en el proceso en un pueblo políticamente normal, como los demás - los árabes, por ejemplo - con estado propio.
 
La Agencia Judía aceptó el plan de la ONU de dos estados, uno árabe y otro judío. Los árabes de Palestina rechazaron el plan de la ONU y optaron por una guerra encaminada a negar a los judíos un estado propio. Al mismo tiempo, incluso mientras el mundo comenzaba a reconocer la magnitud del Holocausto, los judíos de Palestina afrontaban la aniquilación y el hostigamiento. Seis décadas y varias guerras más tarde, el Israel de Ben-Gurión ha sobrevivido, hecho más fuerte militar y económicamente, y es la única sociedad libre y abierta en una región en la que las dictaduras son la norma la tiranía con diversos disfraces conspira contra el instinto humano por la libertad.
 
Pero Israel sigue estando sitiado, y la amenaza de su aniquilación es real y pública. Incluso si Israel ha suscrito acuerdos de paz con Egipto (1979) o Jordania (1994), la hostilidad pública contra el estado judío en el mundo árabe sigue siendo profunda y extendida. Desde 1979, bajo la dictadura de clérigos chi'íes, Irán ha extendido el alcance de la amenaza contra Israel más allá del Oriente Medio árabe. El conflicto árabe israelí tiene más de un siglo de antigüedad. En opinión de muchos es el conflicto más inabordable de nuestra época. Está jalonado de nacionalismos contrapuestos y reclamaciones no negociables realizadas en nombre de religiones por parte de sus fieles.
Los tratados de Israel con Egipto y Jordania sugieren que ni el islam ni el nacionalismo árabe representan dificultades insoslayables para la paz entre judíos y árabes musulmanes. ¿Entonces, se podría plantear, qué es lo que ha hecho el conflicto árabe israelí, o el conflicto palestino israelí, tan inabordable durante tanto tiempo y a tal precio, sin solución aparente a corto plazo? La respuesta es decepcionantemente simple. Elias Joury, un escritor cristiano palestino, observaba, 'Palestina no es un país que tenga bandera. Palestina es una condición. Todo árabe es palestino... Palestina es la condición de todos nosotros'. En otras palabras, Palestina es un estado de ánimo, un grito de guerra de la tribu contra enemigos reales o imaginarios, y contra el que la razón es desarmada. En este marco tribal de honor-vergüenza, los judíos son un pueblo de otra tribu que según el pasado de la historia islámica árabe pertenece a un estrato social más bajo, bajo dominio musulmán.
 
La aspiración judía en Palestina por lograr un estado, y después derrotar repetidamente los esfuerzos árabes por lograr una victoria nominal siquiera contra Israel, constituyen una afrenta de tal magnitud en el contexto de la cultura tribal árabe que la vergüenza resultante solamente podría ser paliada mediante la sangre. No era inevitable, sin embargo, que las esperanzas judías en Palestina y la respuesta árabe quedasen atrapadas en un abrazo tan sangriento.
 
Cuando el Príncipe Feisal, hijo de Sharif Husayn de La Meca y aliado de Gran Bretaña, escribía en 1919 Felix Frankfurter asistiendo a la Conferencia de Paz de París 'Desearemos a los judíos el más cálido recibimiento', hablaba en serio. El sentir principesco representaba un aspecto de la humanidad árabe tradicional, sin contaminar por el tipo de nacionalismo que inflamaría en poco tiempo la cultura tribal de honor y vergüenza. No hay nada en el islam que pueda legitimar la negativa árabe de los derechos de los judíos como pueblo. El Corán (5:20-21) indica expresamente que Dios dio instrucciones a Moisés de llevar a su pueblo a la tierra designada como Palestina. Cuando Mahoma fue enseñado a rezar en dirección a La Meca, y no hacia Jerusalén - convirtiendo a La Meca en el centro sagrado del islam - cualquier reclamación musulmana de Jerusalén basada en la religión queda evidenciada como falsa por el Corán.
 
Tristemente, el gesto del Príncipe Feisal se perdió en la emergente política nueva del muftí de Jerusalén, Haj Amin al-Husseini (1890 -1974), que pasó a ser imperante entre las dos guerras. La política de Haj Amin era demagógica y virulentamente antijudía. Colaboró con Hitler, destruyó cualquier posibilidad de acomodo razonable con los judíos, y abrió el camino a la política de autodestrucción de los palestinos. En cualquier momento a lo largo del siglo pasado, los árabes palestinos podrían haber alcanzado un acuerdo con los judíos. Podrían haber hecho propio el gesto del Príncipe Feisal al tiempo que reconocían que el retorno de los judíos a Palestina es consistente con las palabras de Alá reveladas en el Corán. Pero optaron en su lugar por emprender la guerra contra los judíos y, en consecuencia, emprendieron la guerra contra el Corán.
 
Existe una lección a sacar de este conflicto de un siglo de antigüedad. El apaciguamiento como política para zanjar conflictos pacíficamente no funciona. Lo que funciona es que las partes en conflicto descubran el significado y los beneficios del raciocinio. La supervivencia judía y el progreso a pesar del Holocausto son una de las demostraciones de raciocinio más nobles en funcionamiento en la historia. Depende de los árabes palestinos demostrar su capacidad de ser razonables después de haber demostrado ampliamente su capacidad para la autodestrucción.


 

 
 
Salim Mansur es profesor de Ciencias Políticas en la University of Western Ontario.