2019: La alternativa del conservadurismo democrático (y II)

por GEES, 9 de enero de 2019

El publicista Henry Luce, inventor de la revista Time, bautizó en 1945 a la centuria pasada como el siglo americano. De ahí que pasear por Nueva York en el siglo XXI sigue siendo equivalente a pasear por Roma en el siglo I. En efecto, el profesor Michael Beckley titula con acierto su libro reciente sobre el poder en el mundo como “Sin rival” refiriéndose a los Estados Unidos. Así, si uno sube al punto más alto de la gran ciudad – el auténtico monumento a las víctimas del Pentágono, el vuelo que cayó en Pennsylvania y las torres gemelas – el edificio denominado One World, avista al menos ocho grúas de construcción en uno de los lugares de mayor densidad del planeta y, al otro lado del Hudson, dos decenas de rascacielos construidos desde el 2001 para alojar al distrito financiero de Manhattan, mientras se recuperaba del golpe. Parece que no hacen más que empezar.

 

El imperio actual es benigno y suave comparado con el romano, pero es imperio por su poder de atracción e influencia en el mundo occidental y más allá. Su comienzo data efectivamente del desembarco de las tropas americanas en Europa y de su reconstrucción, económica y política, posterior. La Constitución francesa de la IV República es de 1946; el famoso telegrama largo de Kennan, también; la Constitución italiana aún vigente, de 1947; la Doctrina Truman, 1947, y su corolario, el plan Marshall, de 1948; la Ley fundamental de Bonn o Constitución alemana, de 1949. Esos años marcan la edificación de la Europa que conocemos. 

 

Ciertamente, cuando los Estados Unidos salieron vencedores de la II Guerra Mundial tuvieron que compartir su victoria con la llegada del Ejército Rojo a Berlín y la caída de media Europa, tras el telón de acero churchilliano, en manos del comunismo. Ello marca sustancialmente del modo de poder que empiezan a implantar desde entonces.

 

Hay por un lado una intención de integrar a los derrotados en el nuevo orden mundial, no sólo en Europa, también el Japón, como lección aprendida del tratado de Versalles universalmente reconocido como una de las causas de la gran guerra por su severidad. Por otra parte, abiertos por fin los ojos al peligro rojo, se intenta preservar la seguridad y prosperidad de Europa para que no caiga en manos del totalitarismo. Junto al dinero del plan Marshall para la reconstrucción, que no llega a España, se implantan estructuras políticas: no sólo las organizaciones internacionales (OTAN 1949, OECE, antecesor de la OCDE 1948, la misma ONU 1945) sino también las constituciones nacionales. Se trataba de resolver, del mismo modo que la voluntad de integración remediaba el exceso de Versalles y que la ayuda económica reparaba una Europa destruida, el otro problema de los años 30: la inestabilidad política de regímenes asamblearios dominados por la fuerza de los partidos en ausencia de afanes que unificasen a las naciones. ¿O no había sido el fracaso de la República de Weimar tan causante de la guerra como la dureza del tratado de Versalles?

 

De modo que, los americanos hicieron saber a los europeos el modelo político que entendían sería más propicio para la paz. No copiaron deliberadamente sobre el suyo, llámese democracia madisonianao constitucionalismo hamiltonianoo lo que se quiera, sino que se basaron en la historia y tradición de las naciones, con un énfasis muy marcado eso sí en el concepto clásico de propiedad, o en la concepción tradicional del liberalismo: aquella que deja al individuo una esfera exenta de la intervención del Estado. Esto era así para impedir el surgimiento de figuras totalitarias que habían anulado a los individuos. La extensión del Holocausto, que empezaba a conocerse en plenitud al liberarse los campos de concentración, reforzaba la necesidad de excluir del campo de acción de cualquier poder estatal la propia condición humana, con su dignidad, y todos los elementos que permiten hacerla libre frente al poder público: propiedad, libertad de expresión, libertad de circulación, libertad de asociación y de pacto,…en fin todo aquello que Jefferson había resumido en la declaración de independencia americana como la búsqueda de la felicidad. 

 

Es curioso a este respecto el modo en que se elaboró la Constitución alemana. Lo primero que sorprende es que ésta está redactada y entra en vigor apenas cuatro años después de terminar la guerra. Las velocidades públicas de entonces con los recursos antaño disponibles desde luego eran otras que las actuales, con ordenadores, iphonesgoogles. Lo segundo, la claridad de ideas americanas acerca de lo que convenía al mundo y a la propia Alemania para su estructura pública. Recuérdese que esta Constitución sigue en vigor, hoy ya para la Alemania completa y reunificada desde 1990. Alemania no debía ser un Estado unitario, para no rivalizar con Francia y para no repetir la tentación del III Reich; así que se construyó como Estado federal, respetando la tradición secular de principados y regiones que siempre había caracterizado a esa tierra hasta la unificación de Bismarck en 1871. Por supuesto, preservando una esfera de derechos fundamentales inviolables y con un sistema parlamentario bicameral y una proporcionalidad reducida para no reiterar las ineficiencias de Weimar. El éxito de este diseño es francamente asombroso, pues con él, Alemania que había sido bombardeada hasta la saciedad – recuérdese el principio de la película Vencedores o vencidos con Spencer Tracy – ha pasado a ser el país más rico y poderoso de Europa sin haberla amenazado militarmente desde entonces. 

 

Una perspectiva similar mandó en la elaboración de la Constitución italiana y aunque se dejó más libertad a los franceses, que la dilapidaron integrando en exceso a los comunistas por haber participado en la resistencia y que por ello tuvieron que hacer un segundo intento constitucional en 1958 con de Gaulle, todas las constituciones europeas desde entonces, incluida la española, pertenecen a esa familia de características comunes de liberalismo matizado por las características y tradiciones propias, lo que Cánovas hubiera llamado la Constitución histórica. Todo aquello fue el fruto que sembraron los marines desembarcando en Normandía y que regaron con su sangre.

 

Hasta hoy.

 

Libertad no diseñada

 

Si Nueva York es ahora la Roma del siglo I, lo que caracteriza a esa ciudad y es en ella específicamente americano es la liberty of non design. La libertad dejada a su cauce y exenta de una receta precocinada o diseñada. Es lo que, ya que estamos con la metáfora romana, se llamaba antaño: leges sine moribus vanae, o lo que el imperio que precedió al americano, el inglés llamaba el common law. No hay un plan – como los quinquenales – que dirija desde arriba. Se pondera la letra de la ley – y es este un mensaje más evangélico y paulino de lo que parece a primera vista – con el sentido final de la norma. Se supera el positivismo con lo que se llama, no con palabras vanas, el espíritu de la ley. Sin este, ninguna regla tiene su sitio en lo que no azarosamente se llama el ordenamiento jurídico, que sólo tiene sentido en el conjunto ordenado del todo y no aisladamente.

 

La llegada de la Unión europea y su afán uniformizador junto con las prácticas asamblearias y de poderes de los partidos y demás instituciones establecidas, por encima del pueblo teóricamente soberano han propiciado la pérdida de vista de la Ley – en sentido tomista – sustituida por la regla, decreto, circular u ordenanza que no es Derecho en sí sino el capricho arbitrario del detentador circunstancial del poder. Es un sarcasmo poco gracioso que se muriera en Arnhem o en las Ardenas en lugar de por la Ley fundamental de Bonn, por el siguiente artículo del tratado de Lisboa: “De conformidad con el artículo 16B del Tratad de Funcionamiento de la Unión Europea, y no obstante lo dispuesto en su apartado 2, el Consejo adoptará una decisión que fije las normas sobre protección de las personas físicas respecto del tratamiento de datos de carácter personal por los Estados miembros en el ejercicio de las actividades comprendidas en el ámbito de aplicación del presente capítulo, y sobre la libre circulación de dichos datos. El respeto de dichas normas estará sometido al control de autoridades independientes”.

 

La consagración de esta deriva tecnicista y burocratizante supone el fin del modelo iniciado en 1945. Por ventura, el siglo americano sigue vigente y sigue influyendo. De modo que las fuerzas más que populares telúricas o ideológicas o, por mejor palabra, espirituales, que han detenido esa misma tendencia al otro lado del Atlántico han llegado, por no se sabe qué corriente marina o aérea, a Europa y se disponen a hacer lo mismo en este continente.

 

La soberanía nacional, premisa de Occidente

 

La canciller Merkel, que ha sostenido con más buena voluntad que acierto el invento europeo en estos años de crisis, dijo en su mensaje de año nuevo que estaba dispuesta a defender el orden mundial que otros ponían en peligro. Su referencia, elíptica, no era al Califato que viene muriendo entre Siria e Iraq bajo bombas americanas, ni a los chantajes a gran escala con los que China encadena a pequeñas naciones pacíficas – por su condición y lugar geográfico – a cambio de su inversión, ni al hostigamiento ruso a Ucrania en el mar Negro, ni a la dependencia energética alemana, precisamente de Rusia, ni a la expansión de Irán por Oriente Medio, ni a la pérdida de influencia y sentido de la OTAN, ni siquiera al silencio y abstención con los que el mundo observa la caída en el infierno comunista de Venezuela y Nicaragua. No. Se trataba de meter el dedo en el ojo al presidente Trump por su soberanismo y nacionalismo. 

 

En esto, sólo seguía la tendencia marcada por el pequeño pero arrogante Macron, que en las celebraciones por la paz de 1918 en noviembre pasado, no tuvo mejor idea que atacar al presidente americano por lo mismo cuando habían sido un millón de americanos en 1917 los que cambiaron el curso de la contienda. Para más inri, la gracia estaba en que los aliados de Serbia, el nacionalismo de la época: Francia, Inglaterra, Estados Unidos y Rusia, que abandonaría el mundo al Kaiser como consecuencia de la ominosa revolución leninista -, habían sido los vencedores, frente a los imperialistas o globalistas de la época: Austria-Hungría, Alemania, el Imperio Otomano.

 

La pérdida del sentido del ridículo muestra hasta qué punto es grande la debilidad del establishment europeo. Su sustitución por lo que llaman el soberanismo y nacionalismo está en marcha aunque su postura sigue siendo la de seguir adelante mediante un despotismo altivo que ya no convence a nadie. Diríase que emulan el mensaje del estandarte de los ejércitos de Cromwell y exclaman a todo pulmón: nulla vestigia retrorsum. Sin embrago, los vestigios a los que niegan vigencia, son precisamente aquellos que hicieron posible la paz de 1945 y en los que paradójicamente se envuelven. Es el poder establecido el que ha transformado en minucia regulatoria el Derecho, sometiendo a sus pueblos a la corrección política y la ortodoxia partidaria uniformizadora y de consenso obligatorio, hurtándoles la libertad y la expectativa de mejora. Haciéndoles esclavos de la Ley cuyo espíritu han sorbido dejándola exangüe.

 

Un nuevo orden mundial

 

El orden mundial implantado al amanecer del día de la victoria en Europa tenía dos criterios: seguridad y prosperidad. Son los mismos que hace falta recuperar. La prosperidad depende hoy de la aplicación de la economía científica, usualmente llamada liberal. Tras la caída del Muro, hasta China ha adoptado el capitalismo (un país, dos sistemas, dicen mientras oprimen y matan a los disidentes del comunismo). Pero resulta que en Europa se la somete a todas las cortapisas posibles, sin que sirva para crear empleo salvo en lo que viene conociéndose desde tiempo inmemorial como la zona marco y aun allí, con menos éxito que en los países del common law. La reducción de impuestos y la desregulación son necesidades imperiosas para crear trabajos, la defensa frente a la competencia desleal es fundamental para mejorar los salarios y la estabilidad en el trabajo, y la inversión en infraestructuras frente a la paralización del uso del transporte y la energía por dudosas exigencias medioambientales es necesaria para mantener la esperanza en el crecimiento económico. La reorganización radical de los estados del bienestar europeos, cargados con un 100% de deuda, es imprescindible para asegurar su sostenimiento. Ni las pensiones son posibles sin reformarse o sin una natalidad y un empleo mucho mayores, ni la sanidad es asumible sin un vuelco en su gestión y financiación. Si se genera crecimiento y empleo, se pueden comenzar las reformas, sin ellas es imposible.

 

La seguridad, el otro pilar del mundo de la posguerra, tiene dos vertientes. Por un lado la interior, que requiere recobrar los principios de Occidente. Hace años ya Julián Marías identificaba los tres grandes problemas de nuestras sociedades. Eran estos: la extensión del uso del terrorismo, el uso generalizado de las drogas y el aborto. Desde entonces la profecía no ha dejado de hacerse realidad año tras año con mayor agudeza. Los males eran significativos por sí mismos y por el diagnóstico de los fundamentos sociales subyacentes que avizoran una tendencia claramente suicida. Francia ha sido ejemplar en su gasto y en las medidas adoptadas para luchas contra el terrorismo. Lo único que le faltó fue intervenir directamente en Siria, aunque lo ha hecho con decisión a través de sus responsables de operaciones especiales. Con todo, el caldo de cultivo de islamización de la sociedad y la cultura y la identificación de decenas de miles de individuos como fichados “S” impide una lucha verdaderamente efectiva. Ese combate es imprescindible. No basta con detener sujetos aislados o reducir la financiación externa, hay que derrotar a la ideología que los mueve, que es el islamismo. Sólo es posible sustituyéndola por la cultura autóctona y que los enemigos que nos combaten denominan Cristiandad, porque para ellos es lo que somos. Osama Bin Laden presumía de haber derrotado a los “infieles” en Afganistán. Estos eran los soviéticos que invadieron en 1979. Calculen si seremos todos Cristiandad para ellos que también lo eran Brezhnev y Andropov.

 

La utilización generalizada de las drogas no sólo ha dañado a los países productores sino muy especialmente a los consumidores. La lucha contra su uso viene de lejos pero es cada vez más compleja. Si en los Estados Unidos, y Europa, de los ochenta se trataba de cocaína y heroína, en la actualidad son los productos sintéticos y hasta los medicamentos los que suponen el problema, como demuestra la denominada crisis de los opioides en USA, que ha llegado a generar el mayor número de muertes no naturales en los últimos años. Las cifras europeas, no tan públicas, no pueden ser muy distintas. En aquél entonces se trataba con sorna a Nancy Reagan que había hecho su tarea en la Casa Blanca la lucha contra la drogadicción. El caso es que no fue hasta que Reagan obligó al congreso americano y al colombiano a ponerse de acuerdo en normas de extradición cuando se pudo empezar a poner fin a los cárteles de Cali y Medellín y sólo por la presión y ayuda estadounidense se pudo acabar con Pablo Escobar y su guerra civil contra Colombia.  Hoy se intenta repetir el modelo contra un enemigo más extendido que ayer y que opera principalmente desde Méjico, ocupando el Chapo Guzmán el puesto de Escobar. Pero ¿quién ocupa la posición de Nancy Reagan? Porque lo esencial es reducir el uso de las drogas en Occidente. Hay que hacerse las preguntas que nos expliquen la extensión de tanta demanda.

 

Por fin, el aborto, del que Marías destacaba no tanto el hecho en sí, reprobable pero atribuible a conciencias individuales, sino lo que llamaba su “aceptación social”. Lo que le resultaba escandaloso es que esto pudiera suceder con la naturalidad que sucede sin generar acaso más que un mohín de displicencia. En efecto,

¿qué le pasa a un mundo que se deja matar por terroristas, recurre con naturalidad a las drogas, se niega a tener hijos y en el hipotético caso de irlos a tener, los mata? Nada bueno, pero ¿hemos de seguir haciendo caso a los que ostentan mando en plaza y que afirman que hay que continuar sin cambiar?

 

En cuanto a la seguridad exterior, esta requiere una geo-estrategia más ilustrada que la que se lleva pero su premisa es sin duda, el cambio interno. Mike Pompeo, el secretario de Estado americano ha reiterado en un reciente discurso la doctrina abierta en este sentido con el discurso de verano de 2017 de Trump en Polonia: menos organizaciones internacionales, menos burócratas, más defensa de los valores compartidos. Son los acuerdos entre naciones soberanas, y las occidentales tienen mucho en común para ser aliadas, los que proporcionarán la seguridad del futuro.

Qué pasará 

 

Ciertamente, decía Niels Bohr, el físico, que las predicciones son muy difíciles, especialmente las que se refieren al futuro. Rendido pues el tributo al tópico, se puede hacer una respecto al año que comienza sin temor al paralizante error: llega la alternativa a la deriva despótica del poder establecido.

 

Esta viene, en primer término, por la influencia del poder hegemónico en Occidente y en el mundo, de su carácter atractivo y seductor. Dado que Trump ha corrido a cumplir las promesas electorales que hizo sólo le quedan dos: construir el muro, que equivale a impedir la inmigración ilegal y continuar con el crecimiento económico en cifras parejas a las que lleva logradas en sus dos primeros años. El carácter ejemplarizante de un político que cumple, puede ser letal para los poderes establecidos. Sin embargo, deberá seguir en la brecha de la lucha contra los inmensos poderes de un fiscal especial que sólo quiere acabar con él como presidente y de su potencial alianza con una Demócrata Cámara de Representantes.

 

En segundo lugar, con o sin acuerdo, el 29 de marzo se cumplirá el plazo para el Brexit. La resistencia a la voluntad popular empieza a ser un fenómeno preocupante de elites y cancillerías en Europa y todo Occidente, en la que el Brexit abrirá una nueva brecha que ponga viento en las velas de la nueva corriente. Ningún espectáculo apocalíptico de los augurados por todo instituto económico a sueldo que se precie se hará realidad y el Reino Unido seguirá comerciando y operando con quien lo acepte como contraparte comercial o de otro tipo. La soberanía regresará en plenitud dando ejemplo a los demás y atestando un golpe considerable a la decadente Unión europea. Lo que nos lleva a la tercera predicción.

 

La Unión europea, como tal institución, entrará en crisis final. Si los países del Este ven en ella una tendencia sofocante de la diversidad, que les recuerda la época soviética, los franceses envidian a los ingleses por salirse, los sureños están endeudados con ella y los alemanes carecen de fuerza y poder político y económico para sostenerla, cuánto creen que puede durar en su forma actual. No mucho. La resistencia es posible que sea épica, y sería lo único épico que ha hecho en mucho tiempo, pero al final devolverá soberanía a las naciones que probablemente den a luz un nuevo mercado común más modesto, una comunidad europea como la vigente en los años 70 del pasado siglo.

 

En cuarto lugar, se formará una alternativa civilizada al progresismo en que se ha convertido el fin de la Historia fukuyámico.

 

La situación actual es la siguiente: el no muy bien llamado liberalismo político y económico que salió vencedor según Fukuyama de la Guerra fría en 1989 ya ha perdido la adhesión cultural de Occidente. Pero o bien no se ha formulado con claridad la alternativa o bien no hay personas capaces de encauzarla políticamente. Las excepciones son fundamentalmente Trump y el Brexit, pero el Brexit no es una persona o un grupo o una tendencia cultural al mando. También cuentan como excepciones algunos gobiernos del este de Europa y acaso el gobierno italiano pero existe confusión respecto a qué sea esto nuevo que los pueblos están abrazando para liberarse de los establishments. Una sugerente definición la proporciona Yoram Hazony, un politólogo israelí, al hablar de un conservadurismo liberal o democrático o civilizado marcado por el Estado de Derecho al estilo anglosajón acompañado de un resurgimiento de la tradición, la religión y la cultura. Obviamente, en un concepto de recuperación de las soberanías nacionales al estilo de la Paz de Westphalia, 1648, esto significa la reaparición de tendencias nacionales propias no necesariamente coincidentes ni unanimistas. Un cierto retorno a la libertad por encima de la uniformidad esclerotizante que habitamos consistente en copiar todos los errores ajenos, bien calentitos en nuestra común mediocridad cada vez más opresiva.

 

Contrariamente a las alternativas únicas designadas por el progresismo dominante: el marxismo y el fascismo, o a la apelación a hombres providenciales de tendencias autoritarias, la alternativa depende mucho más de un conjunto de costumbres y elementos culturales subyacentes en el ser de las naciones que en la aparición de personalidades atractivas o carismáticas, aunque lógicamente ni las excluya ni, en cierto modo pueda pasarse de ellas, pero estas deberán proceder de esta misma corriente y llevarla con espontaneidad al poder.

 

En quinto lugar, España no será excepción en la evolución de Occidente.

 

De hecho, el nivel de hartazgo con el modus operandi de las elites en España, en particular las políticas, puede hacer de España una de las naciones líderes en el retorno a Occidente que se prepara. La persecución por parte del establishment de las opciones más sensatas, léase Vox, tan sólo le hace la campaña a este partido. La reacción que se prepara no puede ser menor; será contundente. La condición de ser España la primera nación occidental, es decir, la primera nación, implica que la posición de España en esta corriente no será la de un elemento menor o accidental sino principal y decisivo. Cuando Cánovas hablaba de la Constitución histórica de España o Julián Marías y Ortega, en menor medida, del proyecto de España, incluyendo en él los acontecimientos históricos de la Reconquista y el descubrimiento y Evangelización de América, hablaban de lo que nos va a ir pasando en el año que empieza. A saber, la toma de conciencia, de nuestra condición auténtica. La autenticidad de la elección de la vocación, que diría Marías.

 

En sexto lugar, una evaluación de los males del progresismo, para impedirlos.

 

Evidentemente no habrá purgas ni procesos de Moscú contra quienes han provocado esta decadencia de Occidente de la que se saldrá con dificultad. Lo que viene es precisamente lo contrario. Acaso mediante un resurgimiento de la educación, en el sentido más extenso del término. Quizá empezando por la mera urbanidad, como sugería Thomas de Quincy, pero seguramente continuando por la historia, que nos impide repetir los errores (Santayana). El daño causado es mucho y el interés por evitar recaer en él llevará a un renacimiento de una descripción apasionadamente veraz del pasado. La verdad, ciertamente, será la única que nos hará libres. Uno de los elementos en que insiste Hazony es sin duda el de la libertad de expresión, tan maltratada últimamente que hasta el trastornado pero listo Houellebecq se ha creído en la obligación de denunciarla. 

 

Estas son las tendencias. Esta la corriente. La vida comienza de nuevo.